Sue Spicaz, muchacha desconfiada. era liberal con su cuerpo, pero de la cintura para arriba únicamente. Solía manifestar: “De la tapia, todo. De la huerta, nada”. No entregaba el último reducto de su intimidad, pero dejaba que sus galanes le masajearan cumplidamente el busto, y que en él conjugaran todas las formas del verbo mexicano cachondear, que significa, al decir de la Academia, “acariciar amorosamente a una mujer”. (Yo cambiaría ese romántico “amorosamente” por un realista “lúbricamente”). En mis tiempos y en mi ciudad decíamos “pichonear”. Valle Arizpe añadía el sinónimo “guacamolear”, y don Francisco J. Santamaría señalaba que eso era “manosear a una mujer hasta ponerla en celo”. Pues bien: sea manoseo, guacamoleo, pichoneo o cachondeo las bubis de Sue Spicaz sabían de todo eso. Se parecían al individuo aquél, norteño, a quien un amigo le preguntaba cómo se debía decir: “abigeo” o “abígeo”. “Oye, no sé -respondía perplejo aquel sujeto-. A mí me han llevado al bote con las dos pronunciaciones”. (El bote, para mis lectores de otros países, es la cárcel). El caso es que al terminar cada sesión de cachondeo Sue Spicaz tenía la extraña costumbre de contarse las bubis: “Una, dos”. Y es que era tan desconfiada que temía que su galán de turno se hubiese llevado una. (¡Eso no se puede llevar, insensata! Acuérdate de la señora que dijo a su marido cuando el tipo llegó en la madrugada: “Ahora que no estabas entró un individuo a la recámara”. “¡Qué barbaridad! -se alarma el esposo-. Y ¿qué se llevó?”. “Tanto como llevárselo no se lo llevó -responde la señora-. Pero en la oscuridad del cuarto yo creí que eras tú”)... ¡Mañana! Sí, mañana a las 12 del mediodía, en la Feria Internacional del Libro, en Monterrey, presentaré mi último libro: “La otra historia de México. Hidalgo e Iturbide, la gloria y el olvido”. La obra está recién salida de las prensas, de modo que si me haces el favor de ir a la presentación serás de los primeros que la vean. Yo mismo presentaré mi libro. Contaré anécdotas picosas de la vida de nuestros grandes héroes y heroínas; recordaré mis tiempos de escolapio, cuando con tantas mentiras y ocultaciones se nos narraba la versión oficial de la historia mexicana; hablaré de las sublimidades y las humanas flaquezas de quienes fundaron nuestra nacionalidad. (¿Sabías, por ejemplo, que Hidalgo tuvo hijos de los que entonces se llamaban “sacrílegos”, y que era además bailador supereminente? ¿Sabías que Iturbide acusó falsamente de adulterio a su esposa a fin de hacerla internar en un convento, y así quedar libre para entregarse a sus devaneos amorosos?). Te espero, pues, en Cintermex, a ti que eres de mis cuatro lectores y que me impartes siempre, al leerme o al oírme, el santo sacramento de la bondad humana... Quizá Calderón no se patrasee en lo relativo a la Alianza Educativa -no es Fox, y no hará lo que su antecesor hizo en Atenco-, pero posiblemente buscará junto con la Gordillo llegar a una negociación con los mal llamados maestros que se oponen a los exámenes de oposición para atribuir las plazas magisteriales, y quieren que éstas sean de su propiedad particular a efecto de seguirlas vendiendo o heredando. Las gallinas ya se le salieron del huacal a la lideresa moral (es un decir) del magisterio, y ni ella ni la Presidencia pueden dejar que siga cundiendo esta creciente rebelión... La bella paciente le dice a su médico: “Deme un beso, doctor”. “No puedo -contesta el galeno-. Mi código ético me lo prohíbe”. “¡Un beso nada más!” -suplica ella. “Imposible -reitera el facultativo-. Tal acción violaría mi ética profesional. Es más: ni siquiera debería estar follando con usted”... FIN.