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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El general Elohssa, que ese día estaba a cargo de la guerra, llamó a Soreco, soldado mexicano, y le comunicó: “Ha sido usted escogido como voluntario para una misión muy peligrosa. En ese pueblo el enemigo tiene un arsenal. Debe ir a capturarlo”. “¡Me canso, jefecito!” -respondió Soreco. Y sin más se lanzó contra las líneas enemigas. Con granadas silenció un nido de ametralladoras; con su bazuca destrozó seis tanques de guerra; siguió avanzando y despachó al otro mundo con su rifle a dos pelotones de soldados que salieron a enfrentarlo; arrasó con su lanzallamas el cuartel general del otro ejército, y finalmente llegó victorioso al edificio cuya toma el general le había encomendado. Pintó en la fachada unos grafiti y luego, con sonoro silbido, llamó a su jefe para que viniera a tomar posesión del inmueble. “¡Bravo, soldado Soreco! -lo felicitó Elohssa-. ¡Ha consumado usted una de las más grandes hazañas de la guerra! Recibirá por eso la Medalla del Congreso. ¡Era muy importante para nosotros tomar este arsenal!”. “¿Arsenal? -repite desconcertado el mexicano-. ¡Yo oí congal!”... Lo mejor de lo malo que estamos viendo es que se va a poner peor. Esa parajoda -grado eminente de la paradoja- se refiere sobre todo al caso de la economía. Cuando empezó la recesión en el país del norte que tan al sur nos tiene, nuestros voceros oficiales declararon que esa crisis nos haría lo que el blando céfiro al Benemérito de las Américas. Ahora andamos con Jesús por los rincones, como decía mamá Lata, abuela mía, en presencia de un acontecimiento pesaroso. Se escucha ya, salido del Gobierno, el manido consejo de apretarse el cinturón, y la gente de dinero teme no seguir recibiendo el dinero de la gente. Yo, que de economía sé lo mismo que los economistas -o sea muy poco-, advierto inquietud y desazón (particularmente desazón) en los encargados de guiar la nave del Estado por las procelosas aguas de las finanzas internacionales, si me es permitido ese inédito símil, y veo que nos está llegando ya la lumbre a los aparejos, de por sí tatemados desde antes por otras crisis, unas ajenas, otras propias. En estos tiempos lo mejor que nos podría pasar es que no pasara nada. Sin embargo eso, para decirlo con un nombre propio, Estaca Brown. Los indicadores muestran que el peso, ya caído, volverá a caer; que habrá desempleo y cierre de negocios, y que se harán más graves aún las condiciones de vida de muchos mexicanos, en particular los pertenecientes a la clase media, la que más suele resentir los efectos de estas situaciones. Lo anterior no lo digo por inquietar a la clase media -¿quién soy yo para andar inquietando clases medias?- sino para que todo el personal de la Nación se disponga a practicar las virtudes de sus antepasados: sobriedad en el gasto; ahorro, y -sobre todo- tesón y calidad en el trabajo, quien goce la fortuna de tenerlo... Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, vio un letrero en la ventana de una casa: “Gigi Douillette. Masajes integrales”. Llamó a la puerta, y le abrió una encantadora muchacha que lo invitó a pasar. Lo condujo a una discreta habitación. Ahí le pidió que se despojara de su ropa y se tendiera en una cómoda mesa de masajes cubierto sólo con una toalla blanca. Luego empezó a darle un masaje tan cálido y sensual que no tardó Afrodisio en experimentar una visible conmoción en la entrepierna. Advirtió aquello la muchacha y le preguntó en voz baja e insinuante: “¿Le gustaría un trabajo manual?”. “¡Sí, sí!” -replicó entre jadeos el lúbrico sujeto. Sin decir palabra la chica salió del cuarto. Cinco minutos después se abrió otra vez la puerta, asomó la cabeza la muchacha y con dulce sonrisa le preguntó a Afrodisio: “¿Ya acabó?”... FIN.

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