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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Casó Meñico, joven inocente, con Pirulina, muchacha sabidora. Al empezar la noche de bodas le dice ella, enfadada: “Tu mamá me engañó. Me dijo que tienes cosas de niño, pero ni los niños tienen esa mirruñilla”. (Nota: “Mirringa” en Cuba significa pizca, y “mirrusca” en Costa Rica es eso mismo; pero la Academia no registra nuestra voz “mirruña”, cuya desinencia da mejor la idea de cosa pequeña o porción mínima de algo)... Alguna buena cualidad ha de tener López Obrador, pero la oculta cuidadosamente. Su talante -y ahora también su aspecto- es el de alguien instalado en la locura. No es posible vivir diciendo a todo: “No, no, no”. En esto de la reforma petrolera bien pudo ostentarse como triunfador, y hacer un desfile de la victoria marchando al frente de sus huestes -las mismas siempre-, gritando todos con el puño en alto: “¡Sí se pudo! ¡Sí se pudo!”. En vez de eso AMLO asume otra vez su eterno rol de víctima engañada, y se dispone de nuevo a realizar acciones “de resistencia civil” que de civiles nada tienen. El suyo, niéguelo quien lo niegue, fue un triunfo. Su movimiento frenó la iniciativa presidencial sobre el asunto, que en otros tiempos habría sido aprobada sin consulta. Luego AMLO evitó también que el PAN y el PRI pactaran un acuerdo sin participación del PRD y sin incorporar ninguna de las medidas propuestas por él. Ahora, sin embargo, López actúa como si aquel albazo y aquella transacción se hubieran consumado. Da la impresión de que en el fondo habría preferido que el petróleo se privatizara, a fin de tener motivo para sus alborotos. Su actitud es irrazonable, por no decir que demencial. El propio PRD la condena, y algunos de su miembros llaman “esquizofrénico” a López Obrador. Lo cierto es que AMLO necesita un pretexto para mantenerse en la punta del grito. Eso es lo suyo: el grito; no el diálogo ni la negociación. Y es que su fin verdadero no es esta reforma, ni otra alguna. Su objetivo final es el poder; hacerse del país e imponer en él su régimen personal. Para eso debe mantenerse en los reflectores. Y el único modo de lograrlo es esta constante oposición a la que nada satisface. El propio PRD se ha dado cuenta ya de esa insania, y por fin se deslinda de las acciones de AMLO. Yo también me deslindo, y paso incontinenti (o sea ahora mismo) a otro tema... Un hijo de don Poseidón contrajo matrimonio. El viejo le regaló una pistola. “¿Una pistola, ‘apá? -se inquieta el desposado-. Habría preferido un reló”. “¿Pa’ qué quere un reló m’hijo? -pregunta, hosco, el dineroso labrador-. Si llega a su casa y encuentra a su mujer con otro, a poco va a sacar el reló para decirle al sancho: ‘Hey, amigo! ¡Se te acabó el tiempo!’”. (Nota: La Academia tampoco registra la palabra “sancho” en su acepción de amante de una mujer casada que la visita furtivamente en el domicilio conyugal. Lo raro de ese nombre es que originalmente servía para nombrar al marido engañado, y complaciente. Éste era el sancho, pues así se llama al animal manso y domesticado. Después, por extraña mutación, la palabra pasó a designar al visitante de la esposa. Meandros del lenguaje, como diría Adolfo Angelli)... Una pareja de recién casados fue a pasar su luna de miel en unas cabañas campestres. Como no querían encargar familia pronto, decidieron usar preservativos en su relación. Ya llevaban ahí dos días, y no salían de su cabaña. Se inquietó la dueña, una dulce ancianita montañesa, y a través de la puerta les preguntó si no querían comer algo. “Gracias, abuelita -responde, travieso, el novio-. Nos estamos alimentando con los frutos del amor”. Replica la viejecita: “Eso está muy bien, muchachos. Nomás no tiren las cáscaras por la ventana. Mis patos se están atragantando”... FIN.

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