Una muchacha muy guapa llegó con su mamá a pedir trabajo en un circo. “¿Qué sabe usted hacer?” -le preguntó el empresario. Sin decir palabra la muchacha se puso una nuez sobre la cabeza. Luego, con sabio equilibrio, la hizo rodar lentamente por su cuello y por la curva de su espalda, hasta que la hizo llegar al sitio exacto donde la espalda pierde su decente nombre. Ahí la muchacha partió la nuez con un fuerte apretón de los hemisferios glúteos. “¡Fantástico! -se admira el empresario-. Y su señora madre ¿qué hace?”. “Lo mismo -responde la muchacha-, pero con sandías”... En los discursos de ocasión suele decirse: “No hay palabras para agradecer...”. Lo cierto es que para agradecer siempre hay palabras. La más sencilla es “gracias”. Y por sencilla es también la más sincera. Así, a mis eternos bienhechores, los regiomontanos y nuevoleoneses, les digo sencillamente: “Gracias”. He aquí que la presentación de mi libro “La otra historia de México. Hidalgo e Iturbide, la gloria y el olvido”, fue el evento más concurrido de la Feria Internacional del Libro en Monterrey, según cifras del periódico “El Norte”. Y he aquí también que fui, en conjunto, el autor más vendido de la Feria, de acuerdo con los números de las editoriales. (Daniel Mesino, de Planeta, me dijo: “Su libro de los abuelitos ya es un clásico. La gente lo seguirá leyendo mientras haya nietos y abuelos, padres e hijos”). Para colmo de dicha mi nueva obra sobre la Independencia tuvo un despegue impresionante: más de mil ejemplares se vendieron el día de su aparición, y cerca de cuatro horas pasé firmando los ejemplares que la bondadosa gente -bondadosa y paciente- me presentó para su firma. Y es que, como dijo uno de mis cuatro lectores: “Ya tengo el primer volumen, el de Juárez y Maximiliano. Tenía que tener también éste otro, de Hidalgo e Iturbide”. El libro es imponente -así lo declaró Aldo Falabella-; de recio tomo y lomo, pero mis amigos de Diana me comentaron: “No pudimos cortarle nada. Cuatro editores revisaron el original, y todos coincidieron en que la lectura es tan amena y tan sabrosa; tan llenas están las páginas de anécdotas interesantes, de datos sorprendentes, de relatos sabrosos y picantes, que no pudimos suprimir ninguna”. Agradezco esas opiniones, y me declaro ingenuamente turulato por este nuevo suceso editorial -gracias a Diana, y a Planeta gracias- que me hace ser lo que jamás soñé: un autor de éxito... Expresado ya ese agradecimiento procedo a cumplir mi tarea habitual, que es orientar a la República. ¿Por qué, República, te agobias con los problemas que vivimos ahora? Otros más graves ha afrontado nuestra patria a lo largo de su historia; vientos más fuerte ha visto, y más violentas tempestades, y aquí está, y aquí sigue como Ramón la vio, impecable y diamantina, a pesar de sus malos hijos y de quienes nos decimos buenos y no hemos sabido defenderla. Vendrán tiempos mejores -nosotros los debemos traer-, y México volverá a ser una casa segura donde podamos vivir en paz con nuestros hijos y los hijos de ellos... Un individuo fue con el oftalmólogo. Aun antes de examinarlo el médico le dice: “Debe usted dejar los placeres solitarios”. El hombre se inquieta. “Tiene razón, doctor. Su diagnóstico es acertado: con frecuencia incurro en esos placeres sin poderme contener. Pero, dígame: ¿acaso me estoy quedando ciego?”. “No -contesta el médico-. Pero recibí quejas de la gente que está en la recepción”... La hermana más pequeña de Pepito le pregunta a su mamá: “Mami: ¿por qué cuando nace un bebé el doctor le da una nalgada?”. “Pos claro -se apresura a contestar Pepito-. Nomás fíjate dónde se anda metiendo”... FIN.