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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Un hombre entró corriendo al baño del restorán. Apresuradamente, esforzándose a duras penas por contener el caudal que luchaba por salir, se bajó el zipper del pantalón y procedió a desahogar una necesidad menor. Le dice con alivio al señor que hacía lo mismo al lado suyo: “Apenas la hice”. El señor echa un vistazo a la entrepierna del bien dotado tipo; se ve la parte propia, considerablemente más modesta, y luego le pide con suplicante acento a su vecino: “¿Podría hacerme una igual?”... Los norteamericanos tienen una palabra: “goldwynism”, que sirve para designar cualquier frase o expresión en la cual hay un contrasentido. El término proviene del apellido del cineasta Samuel Goldwyn, quien solía decir cosas como ésta: “Un acuerdo verbal no vale ni siquiera lo que el papel en que está escrito”. Pues bien: imito al genial productor de “Guys and dolls” y digo que si los grandes maestros del teatro del absurdo vivieran todavía, seguramente se revolverían en sus tumbas. En efecto, la política mexicana de estos días parece dictada por Ionesco, Beckett o Genet. En la legislación sobre el petróleo sale triunfante López Obrador, y actúa como si hubiera sido derrotado. Felipe Calderón, en cambio, es derrotado, y actúa como si hubiese ganado una victoria. “Mí no comprende”, dijo el gringo. Y creo que ni el mismísimo Aristóteles lo entendería tampoco si resucitara exclusivamente para dilucidar esta cuestión. Rarezas de nuestra política, que tan lejos está de la realidad y tan cerca de la apariencia, el mito y la ficción. (No necesariamente en ese orden)... Doña Jodoncia ensayaba en su casa su próximo recital de canto. En él iba a interpretar la sentida romanza “Toi que j’ai recontrée au bord de flots amer”, de Cecilia Chaminade (1857-1944). Cuando el ensayo comenzaba el esposo de la frondosa cantatriz, don Martiriano, se salía inmediatamente de la casa y esperaba afuera hasta que doña Jodoncia acababa de cantar. “¿Por qué haces eso?” -le preguntó ella con mucho sentimiento. Explicó don Martiriano: “No quiero que los vecinos vayan a pensar que te estoy golpeando”... La esposa de Fecundino iba a dar a luz. La madre de la parturienta le encendió siete velas a Santa Margarita de Antioquía, a quien se representa con una antorcha en la mano, pues es la santa patrona de los alumbramientos. La señora dio a luz un niño. Luego nació otro, y en seguida un tercero. Fecundino fue corriendo y apagó las velas. Acabado felizmente el triple parto, la suegra del flamante papá le dice muy contenta: “¡Es usted padre de triates!”. “Sí -replica él con tono de rencor-. Y si no apago las demás velas ¡qué inga me hubiera usted acomodado!”... El padre Arsilio compró un canario en el mercado de aves de la capital, y lo llevó a su pueblo en una jaulita. Sucedió, por desgracia, que la puerta de la pequeña jaula quedó abierta, y la avecilla escapó y se perdió en el aire. (“Canoro / te alejas / de rejas / de oro...”, escribió don Celedonio Junco de la Vega). En la misa del domingo el padre Arsilio preguntó a la feligresía: “¿Alguien ha visto un pajarito?”. Todas las mujeres levantaron la mano. “Me expresé mal -se apenó el padre Arsilio-. Quise preguntar: ¿alguien tiene un pajarito?”. Levantaron la mano todos los hombres. “No -vuelve a corregirse el buen sacerdote-. Quiero decir: ¿alguien tiene un pajarito que no sea suyo?". La mitad de las mujeres levantaron la mano. Exclama ya desesperado el padre Arsilio: “¡No, no, no! Lo que estoy preguntando es si alguien ha visto mi pajarito”. Entonces las que levantaron la mano fueron las monjitas del coro... (No le entendí)...

FIN.

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