Tres amigas, Glafira, Galbana y Miralusa, intercambiaban confidencias acerca de sus vidas íntimas. Dice Glafira: “A mi marido se le ponen los éstos muy calientes cuando hacemos el amor”. “En cambio al mío -manifiesta Galbana-, se le ponen fríos”. Declara Miralusa: “Yo nunca me he fijado cómo se le ponen al mío”. “Pues la próxima vez fíjate” -le recomiendan ellas. Al día siguiente las tres amigas se encontraron otra vez. Miralusa iba llena de moretones, cardenales, contusiones y magulladuras. “¿Qué te sucedió? -le preguntan las otras, consternadas. Responde ella con gemebunda voz: “Anoche quise fijarme en aquello que dijimos. Cuando empezamos a hacer el amor le dije a mi marido: ‘Al esposo de Glafira se le ponen los éstos muy calientes en el momento del amor’. ¡Y ya no me dejó terminar!”... Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, llegó a un lupanar, burdel, congal, prostíbulo, casa de lenocinio o mancebía, y le pidió a la madama que le mostrara a las mujeres que ahí prestaban sus servicios y todo lo demás. Ella hizo venir a sus pupilas, muy entradas en años todas ya. “¡Puro ganado de desecho!” -dijo Capronio con su acostumbrada grosería. “¡Caballero! -protesta la madama-. Le ruego tenga más respeto. No olvide que nuestra profesión es la más antigua del mundo”. “Es cierto -responde Capronio-. Pero usted tiene a la generación fundadora”... Quien llega a las pirámides de Egipto sufre una decepción. El sitio, antes hermoso, está invadido ahora por un tumultuoso tropel de vendedores de chácharas que materialmente atropellan al visitante; lo acosan y hostigan en mil formas; lo persiguen hasta que se echa; y que con sus carpas y vendimias estorban la visión de aquellas maravillas que se levantan, majestuosas y eternas, entre gritos, basura y suciedad. Debemos evitar que eso suceda con los hermosos sitios arqueológicos de México. Viajeros que han estado en Palenque últimamente me dicen que el lugar ha sido invadido por el ambulantaje, que va llenando ya ese lugar tan lleno de belleza y de misterio. A nadie se le debe impedir ganar la vida honestamente, y los turistas quieren siempre llevar algún recuerdo de su viaje. Pero hay modos correctos de hacer las cosas, y otros, en cambio, que lastiman esos sitios, y que a la larga pueden causarles graves daños. La autoridad no debe permitir que el interés particular, aun legítimo, atente contra un patrimonio que pertenece a México, sí, pero también al mundo. En representación de este último pido la intervención del INAH... Avaricio Mezquínez, el hombre más cicatero del condado, sorprendió a todos al presentarse en el café ataviado con traje nuevo, zapatos flamantísimos, camisa de seda y corbata de gran lujo. “¿Y eso? -se sorprenden sus amigos-. ¿A qué se debe el gran estreno? Te habíamos visto la misma ropa durante años”. “¿No se han enterado? -contesta el matatías-. Mi esposa dio a luz cuádruples”. Preguntan sin entender los otros: “Y ¿qué tiene qué ver eso con tu nuevo lujo?’. Responde Avaricio, enojado: “¿Qué caso tiene tratar de ser ahorrativo, si en tu misma casa no te apoyan?”... Todas las noches el recién casado llegaba a su domicilio lleno de urentes ansias amorosas. Su mujercita le proponía: “¿Cenamos, mi vida?”. “¡No, mi cielo! -respondía él con vehemencia-. ¡Quiero cenar amor!”. Y así todos los días. Una de aquellas noches llegó el muchacho y encontró a su amada muy sentadita sobre el comal de la estufa. “¿Qué haces?” -le preguntó espantado. Explica ella: “Mi mamá me dijo que siempre debo tenerte la cena calientita”... FIN.