El astrónomo regresó a su casa después de un largo viaje, y al entrar en su recámara vio a su esposa en apasionado trance de amor (ménage á trois) con dos individuos exactamente iguales. “¿Qué es esto?” -exclamó al mismo tiempo sorprendido e indignado. Le contesta su señora: “Acuérdate, Tolomeo: te dije que quería ver el cielo, y tú me sugeriste que me buscara unos gemelos muy potentes”... Platicaban tres amigas, una de ellas bastante sordita. La primera, cuya afición era la pesca, señaló con las manos el tamaño de un robalo que había pesado. La segunda, que gustaba de las frutas, indicó también con las dos manos el tamaño de un par de toronjas que había cortado del árbol de su huerto. Y la sordita preguntó llena de ansiedad: “¿Quién? ¿Quién?”... Los recién casados entraron en la suite nupcial, y la novia pronunció con emoción la frase consagrada: “¡Al fin solos!”. Dice el muchacho, impaciente, al tiempo que empezaba a desvestirse con premura: “Susiflor: tenemos tres años de novios; tardamos cinco horas en llegar aquí, ¡y todavía te pones a platicar!”... En la carretera 57, cerca de Matehuala, hay grandes letreros en que se exhorta a los automovilistas a no comprar ejemplares de fauna y flora del desierto, y se les advierte que el tráfico de tales especies constituye un delito federal. Sin embargo a ambos lados de la carretera hay gente vendiendo aves, pequeños mamíferos, reptiles y cactus propios de la región. ¿Por qué se advierte acerca de la ilegalidad de la compra, y sin embargo se sigue permitiendo la ilegalidad de la venta? Ciertamente esa zona es de pobreza extrema, pero con frecuencia se da el caso de que quienes venden esas criaturas animales, y esas plantas, son empleados por traficantes que medran con la fauna y la flora del desierto, y que medran también con la pobreza de quienes les sirven de instrumento para su ilícito comercio. He oído versiones en el sentido de que también en esos sitios son prostituidas jóvenes campesinas, y hasta niñas. Es necesaria una investigación al respecto, y son necesarias también acciones para frenar esos abusos... Un muchacho anhelaba ser jugador de futbol y solicitó ser admitido en las fuerzas básicas. Sin embargo regresó a su casa muy decepcionado. “No me admitieron” -dice a su papá. “¿Por qué?” -pregunta éste. “Soy miope -responde el muchacho-. No veo casi nada”. “¡Qué lástima! -exclama el papá-. ¡Con lo mucho que te gusta el futbol!”. “De cualquier modo seguiré en el juego -dice el muchacho-. Pasé el examen de admisión en la escuela de árbitros”... Bustolina Grandchichier, mujer de ubérrimo tetamen, iba en la parte posterior del elevador. Las personas que estaban delante de ella protestan: “No empuje, por favor” -le dicen. Bustolina se defiende: “No estoy empujando. Estoy respirando”... Don Feblicio llegó a su casa después de la consulta con el médico. Le cuenta a su mujer, doña Abusivia: “Dice el doctor que tengo alta presión”. “Posiblemente la tengas -replica ella con tono acre-. Pero no en el lugar donde deberías tenerla”... Un ebrio insultó en la cantina a un parroquiano, y éste lo sentó de una trompada. Dice el beodo: “Si estuviera aquí mi hijo no me habría usted golpeado así”. Replica el otro: “Traiga a su hijo, y ya veremos”. El borracho va a su casa y regresa con su hijo. Éste se encara con el golpeador. “¿Usted fue el que golpeó a mi padre?”. “Sí, yo fui” -responde el otro poniéndose en pie. “¿Sería capaz de golpearlo otra vez ahora que estoy yo aquí”. Sin responder, el individuo le da al viejo borracho otra trompada, más contundente aún que la primera. El hijo ayuda al lacerado a levantarse y le dice: “Mejor vámonos, apá, o este caón le va a seguir conmigo”... Un encuestador le pregunta a Babalucas: “¿Qué opina usted de la capa de ozono?”. Responde el badulaque: “Si se portó mal ese japonés estoy de acuerdo en que lo capen”... FIN.
