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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES.

CATÓN

El coronel Amazonio Q. Loeierro, a cuyo cargo estaba el LDXXXVIII Regimiento de Caballería, sintió ciertos malestares en el traspuntín, motivo por el cual fue a la consulta de un proctólogo. El facultativo le examinó la parte posterior, y al terminar su observación le dijo: “Con razón siente esas molestias. Trae usted un divertículo en la entrada del esfínter”. “Querrá usted decir en la salida -se atufa el ceñudo coronel-. ¡Por ahí no entra nada, señor mío!”... Don Ulpiano, abogado campanudo, sometía al médico forense a una severísima interrogación. Le pregunta: “Antes de declarar muerto al occiso ¿le tomó usted el pulso?”. Responde el forense: “No”. “Le revisó la respiración?”. “No”. “¡Ah! -exclama don Ulpiano con tono de triunfo-. Entonces ¿por qué lo declaró muerto?”. Responde el forense: “Porque vi su cráneo vacío, y su cerebro en un frasco de alcohol. Pero a lo mejor tiene usted razón: quizá todavía está vivo, y anda por ahí de abogado haciendo interrogatorios como el que ahora me está haciendo usted”... Gerardo Hernández, periodista, es uno de los mejores amigos que, sin merecerlos yo, la vida me ha brindado. Publicó en “10 minutos”, periódico de mi ciudad, Saltillo, un excelente artículo en el cual analizó la contundente victoria obtenida por el PRI en las elecciones para renovar el Congreso de Coahuila. Atribuyó ese sonoro triunfo a “Las tres eses”: suela, saliva y sudor. Vale decir, al trabajo que los priistas hicieron en forma directa entre la gente. Fueron a las colonias; visitaron en sus casas a los electores; hablaron con los ciudadanos para pedir su voto. Pues bien: precisamente eso fue lo que Felipe Calderón solicitó a los panistas en la regañina que les asestó a propósitos de las derrotas que el PAN ha sufrido últimamente. “Hay que ir a tocar puertas”, aconsejó el Presidente a sus copartidarios. La falta de una labor política continua, y las pugnas interiores, han debilitado, en efecto, al partido blanquiazul. Parece que por haber ganado la máxima elección los panistas han descuidado todas las demás. Mucho cuidado, señores de Acción Nacional: Napoleón Bonaparte hizo confianza, y ya saben ustedes lo que le pasó. (En este momento el 87.2 por ciento de los panistas voltean a todos lados y luego preguntan en voz baja, con apuro: “¿Qué le pasó, eh? ¿Qué le pasó?”)... Un caballo de carreras tenía problemas para salir del arrancadero. Su dueño pensó que el animal, que estaba entero, tenía alborotadas las hormonas, lo cual le impedía concentrarse. Así, lo hizo castrar. Después de un período de recuperación el caballo regresó al hipódromo. En su primera carrera se oyó por los altavoces el grito tradicional: “¡Arrancan!”. Todos los caballos partieron, pero éste se sentó sobre los cuartos traseros y se echó a llorar. “Perdona -le dice a su furioso jockey-. Al oír esa palabra recordé lo que me hicieron, y la tristeza me ganó”... Don Fortino Pitorreal, septuagenario, fue con el médico. Le dijo que se sentía cansado. Lo interrogó el facultativo, y supo que el maduro señor tenía trato con mujer todos los días, y en ocasiones dos y hasta tres veces en el mismo día. “Es usted de Saltillo ¿verdad?” -le preguntó. “En efecto, doctor -responde con asombro Pitorreal-. ¿Cómo lo supo?”. Responde el perspicaz galeno: “La ciencia médica ha descubierto que las linfas del Ojo de Agua de Saltillo dan a los venturosos habitantes de esa hermosa ciudad una vitalidad y una energía extraordinarias. Usted mismo es prueba de eso. Debo informarle, sin embargo, que hacer el amor con esa frecuencia, a sus setentas, puede ser algo riesgoso”. Pregunta con inquietud el saltillense: “¿Quiere eso decir, doctor, que tendré que esperar a estar en mis ochentas para reanudar mi actividad normal?”... FIN.

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