La recién casada le dio la buena noticia a su mamá: “¡Voy a tener gemelos!”. “¡Qué bueno!” -se alegra la señora. El joven marido añade: “Según el doctor, esto sucede solamente una de cada 100 mil veces”. “¡Qué barbaridad! -se asusta la mamá-. ¿Y cuándo completaron ustedes las 100 mil veces?”... El médico le comenta a la esposa de su paciente: “Vi a su marido en la calle, y lo noté desmejorado. Dígale de mi parte que para evitar ese agotamiento haga el amor una vez al mes”. La señora se pone feliz. “¿Por qué se alegra usted?” -inquiere el facultativo. Explica ella: “Es que lo hace una vez al año”... La señorita Peripalda, catequista, le pregunta al niñito cubano: “¿Sabes cuáles son los pecados mortales?”. “Sí, chica -responde el cubanito-. Pecados mortales son el tiburón, la piraña...”... Cuando alguien me preguntaba acerca de mi profesión yo solía contestar: “Fui abogado, pero ya se me quitó”. Lo cierto es que lo abogado nunca se quita. Los estudios de derecho dejan una impronta -curialesca manera de decir marca o huella- que dura para siempre. Yo vivo de escribir, pero a cada paso noto en mi manera de decir las cosas un cierto estilo abogadil. ¿Quién era aquel escritor -Flaubert, acaso- que antes de empezar cada día su labor leía algunas páginas del Código De Napoleón? Así daba a sus frases la concisión y claridad de ese gran cuerpo de leyes. Sin hacer lo que mi admirado colega francés, a quien desde estas páginas envío un saludo cariñoso, yo también noto en mí tal influencia. Quizá no del Código de Napoleón, pero sí del Reglamento Municipal de Tránsito de mi ciudad, Saltillo. Y no sólo en la forma observo tal influjo, sino sobre todo en el fondo. Por ejemplo, atribuyo muchos de los males que sufre nuestro país a la falta de respeto a las leyes, a la ausencia de un verdadero estado de derecho. Por eso celebro que el nuevo secretario de Gobernación sea un jurista que ha destacado en el ejercicio de la profesión. Desde luego tendrá que actuar también como político, pues tal es la índole principal de su tarea. Espero que su calidad de abogado no estorbe sus tareas políticas. Y espero también que sus actuaciones políticas no anulen su condición de abogado./ //In medio stat virtus. /La virtud está en el medio. La frase, traducida del griego, es de Aristóteles, otro estimadísimo colega. La puso en su “Ética a Nicómaco”, a quien envío igualmente un saludo cariñoso. ¡Hola, Nico!... Aquel rudo norteño llamádose Antolión (así se dice por acá: “llamádose”) hizo una vez un viaje de turismo. Cuando volvió a su pueblo recibió la visita del maestro de escuela, que deseaba conocer sus experiencias. “Llegué primero a Inglaterra” -empieza a contar Antolión. “¿Y qué te parecieron las británicas?” le pregunta el maestro. “¿Las qué? Luego fui a Francia”. “¿Y qué te parecieron las galas?”. “¿Las qué?”. “Las francesas”. “Muy atractivas, aunque algo orgullosas. Luego fui a Portugal”. “¿Y qué te parecieron las lusitanas?”. “¿Las qué?”. “Las lusitanas, las portuguesas”. “Muy hermosas, pero bastante altivas. De ahí me pasé a Marruecos”. “¿Y qué te parecieron las mezquitas?”. “¡Guapísimas!! -exclama Antolión lleno de entusiasmo-. ¡Y ésas sí muy simpáticas!”... Entró al consultorio del doctor una exuberante morenaza de muníficos, prolíficos, miríficos, magníficos y verídicos encantos naturales, situados tanto en su parte delantera como en aquella que para sentarse le servía. Después de media hora sale la muchacha. Le indica el médico a su recepcionista: “Son 500 pesos, señorita”. Ella tiende la mano para recibir el pago que le daría la muchacha, pero desde la puerta le indica el doctor con feble voz: “No, señorita. Los 500 pesos se los tenemos que dar nosotros a ella”... FIN.