El asesor financiero andaba tan apurado por los últimos sucesos financieros y bursátiles que durante varias semanas descuidó a su joven y ardiente mujercita. Un día llegó a su casa y la sorprendió entrepiernada con un desconocido. “¿Qué significa esto, Mesalinia?” -le pregunta indignado. “Se me olvidó decírtelo, Mercuriano -responde alegremente la muchacha-. ¡Ya cotizo en Bolsa!”... Le cuenta una señora a otra: “Mi esposo es ahora un ángel”. Pregunta la otra: “¿Dejó aquella vida de crápula que llevaba?”. “No -responde la señora-. Pensó que el tanque de gas tenía una fuga, y para cerciorarse le arrimó un cerillo”... El muchacho que estudiaba fuera iba a participar en una obra de teatro. Hacía el papel de un gentleman inglés, y necesitaba un monóculo. Le puso un mensaje a su papá: “Mándame dinero. Necesito monóculo”. Al día siguiente le llegó la respuesta de su padre: “Dime qué es monóculo. Y si es lo que yo pienso, no cuentes con el dinero. Yo siempre me conseguí eso gratis”... El yerno invitó a su suegra a que fuera a verlo jugar golf. Deseoso de lucirse ante ella le dice a su caddy: “Aquella señora que está allá es mi suegra. Tengo que hacer bien este tiro”. “Hágalo -lo anima el caddy-. Nomás apúntele con cuidado”... Don Francisco García Cárdenas fue un eminente maestro de derecho. Hombre de saberes infinitos, poseía también el recio sentido común de los varones de mi tierra, sentido sin el cual los otros cinco sirven para muy poco, o para nada. Un día cierto señor lo visitó y le dijo que había recibido un fallo adverso de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. “¿Qué recurso me queda, licenciado?” -le preguntó afligido. “Echarse al monte” -le respondió con laconismo don Francisco. Eso es lo que ha hecho López Obrador, y con él sus seguidores, como Encinas: echarse al monte. Es decir, renunciar a los cauces institucionales; tachar de ilegítimas todas las instancias y crear un mundo propio donde sólo ellos tienen la verdad y la razón. Ahora ya no sienten lo duro, sino lo tupido, pues a cada paso se dan de topes con la realidad. Los hechos son muy tercos, y ellos pretenden negarlos, o desconocerlos. En eso llegan a veces hasta la ingenuidad, como hace Encinas cuando le pide a Ortega que no acepte el dictamen a su favor del Trife. Actuar así es buscar guayabas en los magueyes, si me es permitida la expresión que el refranero mexicano aplica a quien anda desorientado y confundido. La política es arte de realidades. Aténganse a ella esos señores, y no pretendan que la realidad se acomode a sus deseos. Se los digo en nombre de la realidad, cuya honrosa representación me corresponde en sus ausencias... El siquiatra dibujó un triángulo y lo mostró a su paciente. Le pregunta: “¿Qué es esto?”. “Es una cerradura de recámara -contesta el tipo-. Y veo a una pareja haciendo el amor”. El siquiatra dibuja un cuadrado. “Y esto ¿qué es?”. “La ventana de un motel -responde el individuo-. Y veo a otra pareja haciendo el amor”. Luego el siquiatra dibuja un círculo. “Ahora dígame qué es esto”. “Es la claraboya de un camarote de barco -replica el sujeto-. Y veo a otra pareja haciendo el amor”. El analista guarda su libreta. “Creo -le dice al tipo- que estamos en presencia de un grave problema de obsesión sexual”. “Usted tiene la culpa -replica el individuo-. Me hace asomarme a lugares donde no debo”... El médico le dice a su curvilínea paciente: “Padece usted un ligero problema de circulación, señorita Granderriére. Deberá recibir masaje manual en todo el cuerpo dos veces al día. Ese tipo de masaje es muy caro”. “No se preocupe, doctor -responde ella-. Recibiré masaje manual en todo el cuerpo sin que me cueste nada. De hoy en adelante me iré a la oficina en autobús”... FIN.