La joven primeriza empezó a dar a luz antes de lo esperado, de modo que su marido no tuvo tiempo ya de llevarla al hospital. Por fortuna al otro lado de su casa vivía un médico y el muchacho fue corriendo por él. Vino el doctor a toda prisa y se encerró con la parturienta en su recámara. Sale de pronto y pide con urgencia: “¡Unas pinzas!”. Apresuradamente fue por ellas el asustado joven. Vuelve a entrar en el cuarto el doctor, sólo para salir otra vez. “¡Un martillo! ¡Rápido!”. El muchacho lo trae a toda carrera. A poco el galeno asoma de nuevo. “¡Un cincel!”. “¿Un cincel?” -se espanta el pobre muchacho-. ¡Doctor! ¿Qué le está haciendo usted a mi esposa?”. “Nada -responde el facultativo-. Lo que pasa es que no puedo abrir mi maletín”...
Llegó el individuo al departamento donde vivía la guapa muchachona. “Buenas tardes, amable señorita -le dice con untuosa voz-. ¿Podría brindarme unos minutos de su valioso tiempo?”. “Perdone -responde la muchacha-. En estos momentos estoy muy ocupada. ¿Qué vende usted?”. “No vendo nada -replica el tipo sonriendo lúbricamente-. Más bien, para serle sincero, lo que quiero es comprar”... Resulta difícil de creer, pero Enrique González Martínez, el gran poeta y eximio matador de cisnes, fue diputado. Su amigo don Victoriano Salado Álvarez (“Don Tertuliano” le decían sus hijas, por su afición a las tertulias literarias) era secretario particular de Enrique Creel, gobernador de Chihuahua. Gracias a él se enteró el poeta de que había sido electo unánimemente diputado suplente por ese estado, que ni siquiera conocía. Le aconsejó don Victoriano a González Martínez que escribiera una carta a don Porfirio agradeciéndole la designación. “La respuesta no se hizo esperar -narra en sus memorias el autor de “Los senderos ocultos”-. En ella se me felicitaba y se me advertía que no era al Señor Presidente, sino a mis electores, a quienes debería agradecer la distinción que me ungía como representante popular”. Durante mucho tiempo los candidatos a puestos de elección necesitaban un solo voto: el del Presidente de la República, único gran elector en el País. Las cosas han cambiado, por fortuna y ahora los aspirantes deben ganar los votos de los ciudadanos. Por eso irrita que sigan existiendo los senadores y diputados llamados de mayoría relativa, de representación plurinominal, o como se llamen ahora, que llegan a su escaño o su curul no por el sufragio de los electores, sino por dádiva o regalo de sus partidos. Eso podía explicarse cuando no había democracia en México y se debía dar una apariencia de ella. Ahora el único camino recto para llegar a un puesto de representación popular ha de ser el voto de los ciudadanos. Y más no digo, porque ya estoy muy encaboronado... El audaz explorador perdió su rumbo en el desierto del Sahara y se extravió. Se le acabó el agua, y se sentía ya morir de sed y extenuación cuando a lo lejos vio una tienda de campaña. Arrastrándose por la candente arena llegó hasta ella. En la puerta estaba un beduino con varias corbatas desplegadas sobre el brazo. “Vendo corbatas” -le dice al audaz explorador. “¡Agua!” -pide éste con voz desfallecida. “Cómprame una corbata -dice el hombre-. Son de muy buena clase”. “¡Agua, por compasión!” -vuelve a clamar el desdichado. “Las traigo de seda -insiste el beduino-. Importadas”. “¡No quiero una corbata! -clama el explorador-. ¡Estoy muriéndome de sed! ¡Dame agua, por piedad!”. “Ah, quieres agua -dice entonces el beduino como entendiendo súbitamente-. Aquí tengo agua, en mi tienda de campaña”. “¡Gracias, amigo! -exclama el viajero-. ¡Muchas gracias!”. Le dice el beduino: “El problema es que no se puede entrar sin corbata”... FIN.