Inflación es cuando un huevo cuesta un dólar. Deflación es cuando un dólar cuesta un huevo. (Editores pacatos, absténganse). Con esa fórmula sencilla expreso una ardua teoría económica que ni siquiera los que no saben de economía -que son los que más saben de ella- podrían explicar. Tiempos difíciles vivimos. El hecho de que esa frase se haya dicho en todo tiempo, desde el más remoto pasado hasta el presente más remoto, no la hace menos verdadera. En efecto, la crisis financiera por la que atraviesa ahora el mundo, incluido El Moquetito, Tamaulipas, es la más grave desde hace 80 años, cuando la mayoría de nosotros no éramos todavía ni siquiera una lucecita en los ojos de nuestra santa madre. Los muy ricos no sentirán los efectos de esta situación, y tampoco los sentirán aquellos que en pobreza viven. A los potentados las crisis les hacen lo que el aire a Juárez; a los desvalidos les hacen lo que Juárez al aire. Es la clase media -en la cual tengo el honor de numerarme- la más afectada por los quebrantos económicos. Entiendo, sin embargo, que el manejo de la economía de una nación está sujeto a los mismos principios que el manejo de la economía individual, o de una casa. El que gasta más de lo que gana va camino a la ruina. El que trabaja y ahorra, en cambio, se pone al amparo de las contingencias que la vida tiene. Austeridad en el gasto; honestidad y prudencia en la administración de los dineros públicos; previsión de los riesgos que el porvenir puede traer, y -sobre todo- no empeñarse en decir que México está blindado contra las turbulencias internacionales, todo eso nos ayudará a sortear los peligros de esta crisis, en tanto llega la siguiente. (Nota de la redacción: La siguiente crisis llegó mientras nuestro amable colaborador escribía sus reflexiones)... Cumplido ya mi deber de orientar a la República procedo a narrar algunos cuentecillos cuya lectura podrá aliviar el conturbado espíritu de la Nación... Don Languidio tenía dificultades para izar el antes glorioso y tremolante pabellón de su virilidad. Fue con un médico y le habló de su problema. Después de examinarlo le dice el facultativo: “Lo que sucede, señor, es que ha agotado usted sus posibilidades amatorias. Voy a impartirle, sin embargo, un último consuelo. Le daré cierta mirífica poción que lo capacitará para hacer el amor 30 veces. Pero serán las últimas: después de esa cuota ya no podrá usted enarbolar su varonía ni siquiera tomando agua de Saltillo”. Don Languidio llegó a su casa y le comunicó a su esposa lo que el médico le había dicho. “¿Treinta veces? -pondera la señora-. Debemos entonces administrarlas bien. Hagamos una lista. Tendremos sexo el día de tu cumpleaños, la Nochebuena, la fecha de nuestro aniversario...”. “Perdona -la interrumpe don Languidio-. Yo ya hice mi lista. Y tú no estás en ella”... Doña Panoplia, dama de sociedad, hablaba acerca de la ruina de un banquero conocido suyo. Dijo con tono filosófico: “A todo Napoleón se le llega su Watergate”. Luego escuchó a un conferencista decir que al mariscal Gueulard había recibido una herida de bala en el Bósforo. “Si le dieron el balazo ahí -acotó doña Panoplia- es porque iba huyendo”... La criadita de don Avaricio, hombre ruin y cicatero, le dijo con voz tímida: “Disculpe, señor, pero ya me debe usted tres meses de sueldo”. “Estás disculpada” -responde con magnánimo gesto el matatías... En el bar una mujer se queja con el cantinero: “Aquel hombre que está allá me dijo que tengo cara de lavativa”. “No le haga caso, señorita -responde el tabernero-. Nunca falta un majadero así. En desagravio permítame ofrecerle, por cuenta de la casa, una copita de agua tibia”... FIN.