Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera, decidió privarse de la vida. Estaba sola en el mundo; jamás había oído un: “Te quiero”; y a nadie le hacía falta, de modo que se determinó a cortar el frágil hilo de su inútil existencia. Nada esperaba ya en los años que le quedaban por vivir. Lo dijo Horacio (Odas, 1,4,15): “Vitae summa brevis spem nos vetat inchoare longam”. La brevedad de la vida nos impide forjar una esperanza larga. Así, la señorita Celiberia colgó una cuerda de la rama de un árbol que en su jardín crecía, se la anudó al cuello y saltó luego hacia su fin. Pero la rama era delgada, y se quebró por el peso de la presunto suicida. (Al llegar a la madura edad la mujer se acartona o se ajamona. A la señorita Celiberia le había sucedido lo último. Pesaba por lo menos ocho arrobas). Quebrose, pues, la rama, y la infeliz vino al suelo con su robusta humanidad. Cayó de pompas. El batacazo que se dio se oyó hasta La Chingada, comunidad que -ya lo he dicho- se localiza entre San Juan de los Lagos y Jalostotitlán. Al oír el estrépito de la caída acudió a la carrera el guapo joven que vivía en la casa vecina. “¡Señorita Celiberia! -le dice el apuesto muchacho ayudándola a ponerse en pie-. ¿Qué significa esto? ¿A qué esta cuerda y este nudo corredizo? ¿Es lo que estoy pensando? ¿Acaso quiso usted cortar el hilo de su inútil existencia?”. “Sí, Adonisio -respondió ella con voz llena de tristeza-. Estoy de sobra en este mundo. Haz de cuenta Bush. Nadie me quiere, y a nadie le hago falta. Ayúdame, te lo pido por piedad, a salir de este mundo tan lleno de maldad. Vuelve a poner la soga en una rama de mayor resistencia, y luego déjame seguir adelante en mi fatal designio”. El muchacho, que era muy educado y jamás dejaba de atender los deseos de una dama, ató la cuerda en la más gruesa rama que encontró, y ayudó a la señorita Celiberia a ponerse en el cuello el nudo corredizo. Pero antes de retirarse le dijo esto: “Mire usted, vecina. Soy joven; me asalta de continuo el natural deseo de la carne. Ahora mismo, al ver y sentir sus abundosas proporciones, he sentido el impulso de la sensualidad. Usted, aunque no se cuece ya al primer hervor -y quizá ni al segundo ni al tercero-, tiene aún partes aprovechables. ¿Por qué no me permite disfrutarlas? Satisfaré yo mis juveniles rijos, y usted, camino nunca hollado, tendrá la inédita experiencia de la pasión sensual. Luego podrá irse de este mundo sin ser un libro que jamás nadie leyó; una flor cuyo perfume nadie aspiró jamás; o una pizarra de beisbol con cero carreras, cero hits y cero errores”. La señorita Celiberia se emocionó al oír las palabras del muchacho, sobre todo las relativas a la pizarra de beisbol, y accedió a la demanda del educado joven. Ahí mismo, sobre la grama del jardín, se consumó la unión, como una flor que nace a orillas del abismo. Terminado el acto Adonisio se compuso las ropas y luego se despidió. “Adiós, señorita Celiberia. Ya puede usted proceder a suicidarse”. “¿Suicidarme? -exclama ella-. ¡Pero si apenas estoy empezando a vivir!”... Este relato tiene una moraleja: mientras hay vida hay esperanza. Tiempos de oscuridad vivimos, pero por tenebrosa que sea la calígine siempre al final brilla la luz. Terminará la indiferencia y el miedo de los buenos, que es el mayor soporte de los malos, y éstos verán acabado su reino de terror. Por eso yo no soy reino de terror, porque no quiero que los malos me vean acabado... Adán, todavía solo en el Paraíso, estaba viendo con ojos tiernos a una linda gacelita de airoso cuello y redondeada grupa. “¡Caramba! -se preocupó el Señor-. ¡Creo que tendré que apresurarme a sacarle la costilla!”... FIN.