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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

“Puse un congal” -le dijo el oficinista jubilado al amigo que lo encontró en la calle. Éste le había preguntado a qué se dedicaba ahora, y el emérito señor respondió con esas tres palabras: “Puse un congal”. “¿Un congal?” -se asombró el otro, pues el antiguo empleado había sido siempre hombre de buen vivir, morigerado en sus costumbres, y metódico. “Sí -reiteró el señor-. Un burdel, mancebía, lenocinio, casa pública, prostíbulo, ramería o lupanar”. Ya sin lugar a dudas inquiere el otro, cauteloso: “Y... ¿cómo va el negocio?”. “Muy bien -responde el jubilado-. Abunda la clientela. Y es que tenemos de todo: si quieres mujer, hay mujer; si quieres hombre, hay hombre”. Dice el amigo: “Debes tener mucho personal”. Contesta el tipo: “No. Por lo pronto somos nada más mi señora y yo”... Una cosa buena que pocos han notado es que por primera vez en 15 años no hubo miscelánea fiscal en 2008. En mis tiempos la miscelánea era la tienda de la esquina. Se llamaba así porque ahí había de todo. “Detto Duay”, se llamaba una que, si no recuerdo mal, estaba en la esquina de Carranza e Hidalgo, en Monterrey. El nombre más común de las misceláneas era: “Las quince letras”. Cuenta las letras que hay en “Las quince letras”, y verás que son precisamente 15. Llegaron otros tiempos, y en México la tributación se complicó de tal manera que cada año aparecía una miscelánea fiscal, o aparecían varias, con infinitos cambios que se hacían de la noche a la mañana, y que complicaban de tal manera el pago de los impuestos que aun el dueño de una pequeña miscelánea necesitaba un despacho de contadores (de Nueva York) para descifrar las mil y mil disposiciones que en las misceláneas fiscales brotaban como hongos, desesperación de los causantes, fuente de corrupción, motivo de evasiones y laberinto cuya salida era imposible hallar. Este año no hubo miscelánea fiscal, y eso es muy buena seña. Se ha hablado siempre de la simplificación administrativa. Pero la simplificación fiscal es igualmente necesaria. Aunque estamos aún muy lejos de conseguirla, esto de la desaparición de las misceláneas es factor importante para clarificar la calígine tributaria que hemos padecido. (No entendí eso de “la calígine tributaria”, pero se oye muy bien)... Una joven mujer se presentó ante el juez del pueblo y se quejó de que don Usurino Matatías, el avaro del lugar, se había aprovechado de ella. “Me emborrachó -le dijo al juez-, y luego abusó de mí”. Pregunta el juzgador: “¿Qué le dio para emborracharla?”. Responde la muchacha: “Vueltas”... Ligeria, la hija del dueño de la farmacia, fue secuestrada por maleantes. Unos días después el afligido farmacéutico recibió una llamada telefónica de los secuestradores. Le dijo una voz ronca: “Mándenos inmediatamente dos millones”. “¿Dos millones? -se atribuló el desesperado genitor-. ¿De dónde voy a sacar yo dos millones de pesos?”. “No -aclara el secuestrador, ahora con gemebunda voz-. Dos millones de unidades de penicilina”... Astatrasio Garrajarra invitó a Empédocles Etílez, su compañero de parranda, a echarse la última copa en su casa. Empédocles se mostraba renuente: le temía a la furia de la esposa de Astatrasio. Pero éste le aseguró: “No te preocupes. La tengo dominada”. Cuando entraron en la casa la mujer recibió a su beodo marido con dicterios y sonorosas maldiciones. La reta Astatrasio, desafiante: “A ver, si estás tan enojada, pégame”. ¡Cuaz! La mujer le propinó un mamporro que lo sentó en el suelo. Desde ahí le dice Astatrasio a su asustado contlapache: “¿Lo ves? La tengo dominada. ¡Hace lo que le ordeno!”... FIN.

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