El señor acudió a la consulta de un terapeuta familiar. Se quejaba de la frialdad de su esposa en el momento del amor. Le sugiere el especialista: “A las mujeres les gustan mucho las palabras bonitas. Cuando haga el sexo háblele a su esposa”. “Lo haré -promete el individuo-. Claro, si hay un teléfono cerca”... Aquel hombre y su mujer tenían 60 años de edad, y cumplieron 40 de casados. Se les apareció un genio y les dijo: “Por haber hecho un matrimonio duradero le concederé a cada uno un deseo”. Ella pidió viajar por todo el mundo. ¡Zas! En ese mismo instante tuvo en las manos una libreta con boletos de avión, de barco y de ferrocarril. Pidió él: “Yo quiero tener una esposa 30 años menos que yo”. ¡Zas! En ese momento se vio convertido en un hombre de 90 años... Le pregunta don Astasio a su señora: “¿Me eres fiel?”. Responde ella, vehemente: “¡Con el alma!”. Inquiere don Astasio, suspicaz: “¿Y con el cuerpo?”... La verdad sea dicha, a los escribidores de periódico nos gusta predicar en el desierto. Esperamos que nadie nos haga caso, porque así podemos decir con acento melodramático y tono lamentoso: “Estoy predicando en el desierto”. De vez en cuando, sin embargo, nuestra voz no se pierde en el gris horizonte de la indiferencia. (Un momentito, por favor. Voy a anotar eso de “el gris horizonte de la indiferencia”. Me puede servir luego para letra de una canción, o para ponerlo en un ensayo sobre la situación actual). Digo todo eso porque durante mucho tiempo estuve clamando porque se hiciera una nueva carretera entre Saltillo y Monterrey (o viceversa, según se vaya). Después de muchos retrasos y suspensiones varias me alegra ahora ver que los trabajos de construcción de esa tan necesaria vía van muy bien. Avanzada la noche, o de madrugada ya, paso a veces por ahí, y observo que aun a esas horas se está trabajando a ritmo acelerado para dar pronto fin a la importante obra. Estará concluida, se me ha dicho, en el último trimestre del año 2009. Hago llegar mi aplauso al secretario de Comunicaciones y Transportes; a los delegados correspondientes; a los gobiernos de Coahuila y Nuevo León (o viceversa, según se vaya), y a las empresas encargadas de llevar a buen fin ese proyecto. La nueva carretera hará que disminuya el tremendo número de accidentes que en esa transitada vía se registran ahora. Muchas vidas se salvarán, y habrá ahorro considerable de tiempo y de recursos. Vaya, pues, el aplauso que dije, y dado con las dos manos, para mayor efecto: “¡Clap clap clap clap clap!”... Don Jovilio era el cacique de la comarca. Todos en la región le temían y lo odiaban. Cierto día iba con su chofer en automóvil por un camino rural anegado por la lluvia. El vehículo derrapó, se salió de la brecha y atropelló a un manso buey que estaba paciendo por ahí. Con el golpe el pobre animal quedó privado de la vida. Don Jovilio le ordenó a su chofer: “Ve a decirle al dueño del buey que lo mataste, a ver qué hace con él. No quiero pestilencias en mis campos”. Fue el empleado a cumplir la orden. Regresó después de una hora. Mostraba en la cara un gesto de asombro y de satisfacción. Venía fumando un puro; traía en las manos un pastel, y llevaba las ropas en desorden. “¿Qué te pasó? -le pregunta don Jovilio, molesto, al individuo-. ¿Por qué tardaste tanto?”. Explica el tipo: “Llegué a la casa del dueño del animal y le dije lo que había pasado. Al oír eso el hombre me dio un efusivo abrazo y me regaló un puro; su esposa me besó llorando de felicidad y me dio un pastel, y la hija del matrimonio me llevó al granero y ahí me hizo el amor”. “Pues ¿qué les dijiste?” -inquiere el cacique, sorprendido. Contesta el otro: “Les dije: ‘Soy el chofer de don Jovilio, y acabo de matar al