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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Afrodisio Pitongo, hombre concupiscente, invitó a Dulcilí, muchacha ingenua, a disfrutar los placeres de la carne. “¡Vamos! -aceptó ella entusiasmada-. ¡Conozco un restorán donde sirven tibones excelentes!”. Afrodisio alzó los ojos al cielo, aunque ningún derecho tenía para hacerlo, pues era de temperie terrenal, y sin más llevó a Dulcilí a un discreto motelito, y ahí la inició en los secretos de la carnalidad. Terminado el trance, disipados los efluvios vagarosos de la lubricidad, la cándida muchacha se dio cuenta de la desmesura de lo sucedido. Había dado al traste con el decoro y la pudicia; entregó lo que su madre y las monjitas del colegio le habían dicho que debía guardar para ofrendarlo al hombre a quien daría el dulce título de esposo. Gemebunda, le dijo al seductor en tono dramático que habría envidiado Margarita Xirgu: “¡Lo que acabas de hacerme, Afrodisio, no tiene nombre!”. “Sí lo tiene -respondió el ruin galán con actitud didáctica-. Se llama ‘follar’”... El doctor Ken Hossana intervino quirúrgicamente a don Languidio. Pasados los efectos de la anestesia el señor recobró el conocimiento, y se encontró rodeado de otros pacientes igualmente recién operados. Exclama don Languidio: “¡Qué bueno que ya pasó todo!”. “Tiene usted suerte, amigo -le dice uno de los que estaban ahí-. A mí el cirujano me dejó una esponja dentro, y tendrán que operarme nuevamente para extraerla”. Añade otro: “Eso no es nada. A mí el médico me dejó un bisturí”. (Y era de Nélaton, con hoja corta y ancha). En eso entra el doctor Ken Hossana y le pregunta a una enfermera: “¿Alguien vio dónde dejé mi sombrero?”. Al oír aquello don Languidio se desmayó. (El sombrero era un Stetson XXXXX, o sea de cinco pores)... ¡Aleluya! El gabinete económico de Calderón reconoció por fin que la situación es grave, y dejó atrás zarandajas como aquella del candado o blindaje que protegería a la economía nacional contra los malos efectos de la recesión en Estados Unidos. Lo cierto es que ya desde antes de la nueva crisis estábamos ligeramente jodidísimos, si me es permitido el uso de esa expresión: “ligeramente”. Ahora lo estaremos más. Tardó nuestro Gobierno en reconocer la gravedad del caso, pero no debe tardar en tomar medidas inmediatas para hacer frente a la tormenta. Disminuidas grandemente las remesas que nuestros paisanos que trabajan en el país del norte envían a sus familiares; menguadas en igual forma las divisas que el turismo trae; a la baja el precio del petróleo; caro el dólar; no sabemos a dónde nos llevará esta turbulencia. Ojalá no sea muy lejos, porque luego pa’ regresarnos va a estar caón... Pepito fue a dormir en casa de sus abuelos. Ellos le pidieron que colgara en la chimenea su media para Santa Claus. Al hacerlo gritó Pepito a todo pulmón: “¡¡¡Por favor, Santa, tráeme una bici en casa de mis abuelitos!!!”. “¿Por qué gritas así? -le pregunta el abuelo-. Santa no está sordo”. Replica Pepito: “Santa no, pero tú sí”... Don Picio, hombre muy feo, les contó con tristeza a sus amigos: “Vi a una suripanta en una esquina. Le pedí que me acompañara a un hotel cercano”. Pregunta uno de los amigos: “Y ¿qué pasó?”. Responde con un sollozo el infeliz don Picio: “Me dijo: ‘Esta noche no, querido. Me duele la cabeza’”... Dos señoras estaban conversando. Dice una. “El otro día estaba yo cocinando, y le pedí a mi esposo que me trajera un par de tomates de los que cultivamos en nuestro jardín. Se agachó para cortarlos, le dio un infarto, y quedó muerto ahí mismo”. “¡Qué barbaridad! -se consterna la otra-. Y tú ¿qué hiciste?”. Responde la señora: “Usé puré de tomate”... FIN.

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