Doña Uglicia era mujer poco agraciada. Cierto día su esposo la encontró en la cama con su mejor amigo. “Compadre -le dice el señor al individuo con dolorido tono de reproche-. Yo tengo obligación de hacer esto; pero ¿usted?”... El hijo del predicador llegó a los 16 años de edad, y le pidió a su padre que le permitiera manejar el coche. El muchacho usaba el pelo largo, hasta los hombros, y eso no le gustaba al pastor. Le dijo al mozalbete: “Si te cortas el pelo podrás usar el coche”. “Pero, padre -opone el chico-. Moisés llevaba el pelo largo. Sansón lo llevaba largo también. Incluso Jesús llevaba largo el pelo”. “Es cierto -admite el reverendo-. Y los tres iban a pie”... La tortuga se presentó ante el juez y se quejó de que el caracol había abusado de ella. “¿Cómo pudo pasar eso?” -se asombra el juzgador. “No sé -responde la tortuga-. ¡Todo sucedió tan rápido!”... Comentaba un señor: “Mi esposa usa un método anticonceptivo infalible. Se quita el maquillaje”... La señora salió de viaje. Preocupada por su familia, una noche llamó por teléfono a la casa y le preguntó a la criadita cómo iban las cosas por allá. “Todo está bien, señito -contesta la muchacha-. Los niños cenaron y se durmieron, y su marido ya se metió en mi... digo, en su cama”... Contaba un veterano de la Segunda Guerra Mundial: “Durante la guerra mi mujer me escribió una carta todos los días. No pude disfrutar la guerra en paz”... Afrodisio, galán concupiscente, le pidió a Peripalda, devota señorita, que le ofrendara la más íntima gala de su femineidad. Ella rechazó la inmoral solicitud. “No puedo hacer eso -le dijo al seductor-. Quebrantaría el sexto mandamiento”. “Y eso ¿qué? -replica Afrodisio-. Todavía te quedarían buenos otros nueve”... El joven ingeniero que trabajaba en una plataforma petrolera le solicitó a su jefe un permiso para ir dos días a su casa. “Es que voy a ser papá” -le dijo. Con tal argumento el jefe accedió gustosamente a la demanda del muchacho. Cuando después de los dos días regresó, le preguntó: “¿Qué fue? ¿Niño o niña?”. “Todavía no lo sé -responde con una gran sonrisa el recién llegado-. Lo sabré dentro de nueve meses”... Doña Cebilia, señora muy robusta, le dice a su nutrióloga: “No puedo bajar de peso. Creo que mi glándula tiroides es hiperactiva”. Contesta la nutrióloga: “Su tiroides funciona normalmente. Lo que es hiperactivo es su tenedor”... Libidiano sostenía una relación más que cercana con una joven llamada Culinita. Ella aceptó el erótico trato pensando que la llevaría al matrimonio, pero cada vez que tocaba ese asunto el salaz sujeto rehuía hablar del tema. Un día la paciencia de Culinita se agotó, y con acento terminante le dijo a su remiso amador: “Dame una sola razón por la cual no te casas conmigo”. “Te daré cinco -replica Libidiano-. Mi esposa y mis cuatro hijos”... Una señora le pidió al farmacéutico que le vendiera 100 gramos de cianuro. “Lo quiero para envenenar a mi marido -dijo con paladina claridad-. Me está engañando con otra mujer”. El farmacéutico, asustado, le informó que no podía venderle el cianuro. Entonces la señora le mostró una fotografía: la mujer con la que estaba saliendo el infiel marido era la esposa del farmacéutico. “Ah, vaya -dice el hombre procediendo a envolver el cianuro-. No sabía que traía usted la receta”... Doña Frustracia se preocupó bastante, pues pensó que la pipicita de su hijo más pequeño no mostraba el desarrollo propio de la edad del niño. Lo llevó con un doctor, y éste le recetó unas píldoras que propiciarían el crecimiento de la antedicha parte. Al día siguiente el niño vio sobre la mesa del desayuno un enorme platón lleno de píldoras. Le pregunta con inquietud a su mamá: “¿Tengo que tomarlas todas?”. “Solamente dos -responde doña Frustracia-. Las demás son para tu papá”... FIN.
