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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Languido y doña Macalota cumplieron 50 años de casados. Ella decidió que fueran a pasar una segunda luna de miel. “Iremos a Acapulco -le dijo a su marido. “Está bien” -aceptó él. “Llegaremos al mismo hotel al que llegamos”. “Está bien”. “Pediremos la misma habitación donde estuvimos cuando nos casamos”. “Está bien”. Y añade doña Macalota: “Todo será igual que la primera vez”. Acota tímidamente don Languidio: “Habrá un pequeño cambio: esta vez yo seré el que se sentará en la orilla de la cama y dirá llorando: ‘¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo!’"... Pete y Miní eran un matrimonio de la alta sociedad. Ella iba a cumplir años, y él le dijo: “Pienso regalarte un anillo de brillantes, una diadema de rubíes, un collar de perlas y un brazalate de esmeraldas”. Responde ella con sequedad: “No me interesa”. Le dice él: “Entonces te regalaré un convertible de último modelo, un yate de 60 pies de eslora, una villa en la Toscana, una casa en Saltillo y las obras completas de Catón”. Inexplicablemente ella volvió a decir: “No me interesa”. Pregunta Pete, desconcertado: “Entonces ¿qué quieres?”. Replica Miní: “Quiero el divorcio”. “Lo siento -dice Pete-. No pensaba gastar tanto”... Yo tengo la gran suerte de no creer en la suerte. Desde luego no puedo explicar muchas de las cosas que me pasan. De hecho no puedo explicar casi ninguna de las cosas que me pasan. Admito que no soy el arquitecto de mi propio destino, pues desconozco la misteriosa arquitectura de la existencia humana. Entiendo, sí, que hay circunstancias fortuitas que a veces determinan nuestra vida -o nuestra muerte-, pero más bien creo en abstracciones como la libertad, y en antiguallas como el trabajo, y veo en ellas factores importantes que en mucho determinan lo que somos. Hay alguien, sin embargo, cuya suerte me inclina a creer en la suerte. Es el Presidente Calderón. Llegó a su cargo lleno del idealismo y entusiasmo de los hombres buenos, pero al paso de los meses un cúmulo de circunstancias ajenas a su control y voluntad lo han enfrentado a realidades que no sólo han puesto sombras en su vida personal, sino que han hecho difícil su Gobierno. La recesión en Estados Unidos, más grave aún quizá que la de hace 80 años, por la mayor complejidad del mundo de hoy, será elemento que fatalmente influirá -muy fatalmente- en el resto de la administración calderonista. Si eso no es mala suerte no sé qué pueda ser. Quizá los altos sueños que don Felipe tuvo, las grandes esperanzas que se forjó cuando aspiró a la Presidencia, queden ahora sin efecto, y el Presidente deba limitarse a capear en lo posible el temporal. Circunstancias internas y exteriores limitarán severamente su capacidad de acción, y muchas veces tendrá que resignarse a dejar hacer, dejar pasar. ¡Qué suerte! Ya dije que tengo la gran suerte de no creer en la suerte. A lo mejor, sin embargo, la mala suerte de Calderón me hará cambiar la idea que tengo de la suerte... El sábado en la madrugada aquel señor saltó de la cama y le anunció a su mujer: “Voy a pescar”. Le dice ella: “Oí en la tele que hoy habrá fuertes nevadas y vientos tempestuosos”. “No me importa -replica el individuo-. Ya tengo todo preparado, y voy a pescar”. Se vistió en efecto, y fue al garaje a sacar la camioneta y la lancha. Pero al salir se dio cuenta de que, en efecto, el tiempo estaba horrible. Soplaba un viento helado, de tormenta; caía una copiosísima nevada. Desistió, pues, de su propósito. Volvió a entrar; fue a la recámara; se desvistió en silencio; en la penumbra se metió en la cama y se acurrucó junto a su esposa para sentir el calorcito de su espalda y lo demás. Le dijo al oído: “El tiempo allá afuera está espantoso”. “Ya lo sé -responde la señora-. ¿Y creerás que el indejo de mi marido se fue a pescar?”... FIN.

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