Don Algón, salaz ejecutivo, organizó un ménage à trois en su oficina. Estaba con dos voluptuosas féminas, y hallábanse los tres en traje de Creación -o sea sin nada encima-, entregados a eróticos escarceos sobre el escritorio del lúbrico señor, cuando de súbito se abrió la puerta y entró al despacho la esposa de don Algón. La ve él de sololayo (Nota: nuestro estimado colaborador quiere decir “de soslayo”) y les dice en voz baja a las muchachas: “Es mi esposa. Actúen con naturalidad”... Al término de la comida el mesero del elegante restorán le pregunta al cliente: “¿Le sirvo un café, señor?”. “Sí -acepta el distinguido caballero-. Tráigame un Clinton”. “¿Un Clinton?” -se desconcierta el camarero. “Sí -confirma el señor-. Un americano muy caliente”. Pese a sus pecadillos, que al parecer le fueron perdonados por la interesada y por el público en general, Bill Clinton aparece siempre muy bien calificado en las encuestas. Sus conciudadanos piensan que fue un buen Presidente, y le guardan aprecio y consideración. ¿Por qué? Porque pese a su pasado puritano los estadounidenses se preocupan más por la economía que por la moral. Clinton navegó con destreza por el mar proceloso del dinero, y dio a su país una etapa de estabilidad. Eso explica en buena parte la popularidad de que aún goza, y los aplausos que recibe donde se presenta. Claro que ninguna mujer se arrodilla ya ante él, pero eso no disminuye su índice de aceptación. Obama tendrá, entonces, un desafío grande. Le tocará hacer frente a la peor crisis económica que su nación ha afrontado desde hace 80 años. La clave de su gobierno, pues, estará en la economía. Algo tendrá que ocurrírsele para reactivarla, no sé qué. Organizar otra guerra se descarta: los norteamericanos están hartos de la que en Iraq promovió Bush. Si pudieran, ellos también le arrojarían gustosamente una zapatería al pasmarote. La conquista del espacio puede ser atractiva para ese nuevo Camelot -o Bamelot-, lo mismo que la exploración de fuentes alternas de energía. En fin, si los Estados Unidos necesitan ideas me tienen a su entera y completa disposición en el lugar de costumbre, donde sin costo alguno podré darles algunas sugerencias que, estoy seguro, habrán de serles útiles. Desde luego mi función principal es orientar a mi república, pero nada impide que excepcionalmente pueda orientar también a otra necesitada de consejo. Atiendo todos los días de 4 a 7 de la tarde, menos los miércoles, que me voy al cine con mi señora, porque ese día es al dos por uno. (Y a mí me hacen descuento, por ser de la tercera edad. A ella no, pues su hermosura está por encima de los años, y no tiene edad)... Sigue ahora un cuento rojo. Las personas que no gusten de leer cuentos rojos, sino de algún otro color -gualda, rufo, punzó, glauco, turquí, cande, rosicler, cerúleo, jacintino, zarco, bruno o carmesí- deben saltarse en la lectura hasta donde dice “FIN”... Dulcilí, muchacha ingenua, iba a salir con Libidiano, galán concupiscente. La mamá de Dulcilí le dijo a la muchacha: “Si ese hombre trata de tocarte cierta parte, recuerda que en esos casos las piernas son tus mejores amigas”. Dicho y hecho. Libidiano condujo a Dulcilí a un apartado sitio, y en el coche empezó a hacerla objeto de tocamientos lúbricos. Cuando llevó la mano a la región del sur ella recordó lo que su madre le había dicho, y con todas sus fuerzas apretó las piernas. “¿Por qué haces eso?” -le preguntó el erótico amador. Responde Dulcilí: “Mi mamá me dijo que en estos casos las piernas de una muchacha son sus mejores amigas”. “Pero, linda -argumenta Libidiano-. Hay ocasiones en que hasta las mejores amigas deben separarse”... FIN.