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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Cinicio, hombre ruin y sin principios éticos, le contó a un amigo que iba a divorciarse de su esposa. “¿Por qué?” -pregunta el otro. Responde el tal Cinicio: “Todas las noches lleva trabajo a la casa, y eso no me gusta”. Aduce el amigo: “Muchas mujeres llevan trabajo a su casa”. “Sí -admite Cinicio-. Pero la mía trabaja en una casa de mala nota”... Lord Gumby era duro de oído, por no decir que era más sordo que una tapia de la casa de Beethoven. Viajaba con su hijo en tren por la campiña inglesa, y en una estación subió un elegante caballero que se presentó como lord Hooper Dooper, de Sheffield. “¿Quién es? ¿Quién es?” -le pregunta lord Gumby a su retoño. El muchacho, gritándole al oído, repite: “¡Dice que es lord Hooper Dooper, de Shortfield”. “¿De Shortfield? -se interesa lord Goompy-. De ahí es tu madre. Pregúntale si la conoció”. Va el muchacho con el recién llegado y le pregunta si conoció a lady Gwendolyn Highrump. “¡Claro que la conocí! -exclama alegremente Hooper Dooper-. ¡Old Gwennie! Le decíamos ‘lady Demirep’, por su reputación dudosa. Pasó bajo las armas de más de la mitad del pueblo. Yo mismo tuve con ella dimes y diretes en el verano del año 37. Me acuerdo de aquel lunar que tenía en la pompa izquierda, y de los grititos que solía dar cuando llegaba al paroxismo erótico. Tengo presente también que pintaba a la acuarela; hacía un ponche de huevo muy sabroso, cantaba cosas de Gilbert y Sullivan y jugaba con mucha habilidad al croquet. Lo que no voy a olvidar nunca, sin embargo, son sus grititos, y aquel lunar en la pompa”. Pregunta con ansiedad lord Gumby: “¿Qué dice? ¿Qué dice?”. Responde el muchacho: “Dice que no la conoció”... El último día de diciembre aparecerá en esta columnejilla “El Chiste más Colorado del Año”. Ninguno de los cuentos que aquí han visto la luz pública en el transcurso del 2008 tiene el grado de sicalipsis de ese relato, indigno aun de ser nombrado. Pero lo prometido es deuda -en política lo prometido es duda-, y el 31 de este mes saldrá en este espacio el supradicho chascarrillo, cuya sola mención me hace ruborizar. Espérenlo mis cuatro lectores... Cerca de una playa cubana la guardia costera de Castro apresó a unos balseros. Los castristas, sin embargo se llevaron una gran sorpresa: aquellos balseros no eran cubanos, sino venezolanos. ¡Y no estaban huyendo de la Isla, antes bien querían llegar a ella! Les preguntan con asombro: “¿Por qué quieren venir a Cuba?”. Explica uno de los venezolanos: “Porque en cuestión de dictaduras ustedes van acabando ya, y nosotros apenas estamos comenzando”... Tímidos asomos de cambio, efectivamente, se advierten ahora en Cuba, país que los mexicanos tanto amamos. Por eso merece encomio la actitud de Felipe Calderón, que busca hacer olvidar los mayúsculos dislates cometidos por su antecesor en su trato con Cuba, y entrar en una nueva etapa de relación con la nación hermana. Sin embargo la dictadura en la Isla sigue férrea. De ahí los cuentecillos que en voz baja se cuentan por allá, como éste que ahora sigue... Raúl Castro llamó por teléfono a Fidel y le dijo: “¡Vaya borrachera que te pusiste ayer, hermano! Bebiste tanto que juntaste al pueblo, y en un discurso dijiste que todos los cubanos que quisieran podían salir de Cuba cuando lo desearan, e ir a donde les diera la gana. En un par de horas la Isla quedó desierta. Todos se fueron, incluso tus familiares y los míos”. “¿Eso hice? -se consterna Castro-. Bueno, al menos ahora tenemos toda la Isla para nosotros dos solos”. “Para ti solo, chico -le dice Raúl-. Te estoy hablando desde Miami”... FIN.

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