En el cine la guapa muchacha le pregunta al sujeto que tenía al lado: “Perdone: ¿es usted Santa Clos?”. Contesta el individuo, desconcertado: “No”. “Entonces -le pide la muchacha- quite las manos de mis medias”... En la mañana de Navidad los papás de Pepito recibían la visita del jefe del señor, a quien acompañaba su esposa. Pasó Pepito frente a ellos, y tropezó con una silla. “¡Tiznada madre! -exclama hecho una furia-. ¿Quién dejaría aquí esta chinche silla?”. “¡Pepito! -exclama consternada la mamá-. ¿Dónde aprendiste a usar esas palabras?”. “Me enseñó Santa Clos” -responde el niño. “¿Santa Clos? -se sorprende el papá-. ¿Por qué dices eso?”. Explica Pepito: “Yo estaba despierto anoche cuando Santa Clos entró a mi cuarto a dejarme mis regalos. Tropezó con una silla, y eso fue exactamente lo que dijo”... Los dos compadres regresaban de la última posada en estado bastante inconveniente, dando traspiés al caminar. De pronto le dice uno al otro, deteniéndose: “Compadre: estoy viendo un gato callejero, y tiene dos ojos”. “Todos los gatos tienen dos ojos, compadrito” -acota el otro. “Sí, compadre -reconoce el primero-. Pero a éste lo estoy viendo por atrás”... La esposa del sastre le dice a su marido: “No tengo nada que ponerme. Si no me das para comprarme un vestido iré en traje de Eva a la fiesta de Navidad de la Unión de Fabricantes de Ropa”. El sastre, que leía el periódico, le responde distraído: “Haz lo que quieras”. La noche de la fiesta la mujer dijo a su esposo que se adelantara; ella lo alcanzaría en la reunión. Cuando la fiesta estaba en su apogeo ¡horror! entró ella completamente en peletier, o sea sin nada encima. Se hizo un silencio profundo mientras ella se sentaba en la mesa donde estaba su marido. Al regresar a casa la mujer, vindicativa, le pregunta al tipo: “¿Qué dijeron tus compañeros al verme en traje de Eva?”. Responde con mucha calma el sastre: “Dijeron que por lo menos le hubieras dado una planchadita”... Eran los años cincuentas, y dos amigos tenían un negocio. Los visitó el gerente de compras de una importante cadena de tiendas, y vio su muestrario. “Por ahora no puedo hacerles ningún pedido -les dice-. Necesito que mis jefes vean su catálogo. Si ellos deciden no comprarles les enviaré de inmediato un telegrama de negativa. Por el contrario, si antes de la media noche del 24 no reciben ustedes ese telegrama, eso significará que haremos un gran pedido”. Se pusieron a esperar ansiosamente los dos socios. Dieron las 8 de la noche y el telegrama no llegó. Las 10 de la noche, y nada. Sonaron las 11, las 11 y media, el cuarto para las 12, y no llegaba el telegrama. Faltando cinco minutos para la media noche, ¡oh, desgracia!, sonó el silbato del repartidor de telegramas. Los dos se pusieron pálidos: seguramente era el mensaje con la negativa. Fue uno a abrir la puerta. Ahí estaba el mensajero, que le entregó un telegrama. Con manos temblorosas lo abrió el tipo, y lleno de ansiedad lo leyó. Se iluminó su rostro. Le dice jubiloso a su socio al tiempo que sonaban las 12 campanadas de la medianoche: “¡Buenas noticias, amigo! ¡Murió tu abuelita!”... A Babalucas le regalaron en la Navidad pasada un rompecabezas de 100 piezas. Hace unos días terminó de armarlo. “Me tardé menos de un año en hacerlo -decía con gran orgullo a sus amigos-. Ésa es toda una hazaña”. Ellos se sorprenden. “¿Una hazaña armar en un año un rompecabezas de 100 piezas?”. “Sí, -confirma Babalucas-. Miren lo que dice en la caja: ‘De 2 a 4 años”‘... Pirulina casó con don Geroncio, señor de edad más que madura. Al volver de la luna de miel les dijo a sus amigas: “No tuve noche de bodas. Tuve Noche de Paz”... ¡Felicidades en este día a mis cuatro lectores! ¡Que en sus hogares haya salud de cuerpo y paz de espíritu -contra esos dones ninguna crisis puede nada-, y que reine en ellos ese cálido amor que es reflejo del Amor que llegó al mundo con la promesa de estar con nosotros para siempre, por encima de todos los odios y de todas las maldades!.. FIN.
