¡El próximo día 31 saldrá en esta columnejilla “El chiste más colorado del año”! Prohibido al mismo tiempo por la Liga de la Decencia y por la Pía Sociedad de Sociedades Pías, ese chascarrillo haría ruborizar hasta a un diputado. Y al final de la columna de hoy viene otro cuento que no se queda atrás en cuanto a sicalipsis. Las personas con escrúpulos de conciencia deberán abstenerse de leerlo... La señora de la ciudad fue al campo, y quiso halagar la vanidad de una rancherita elogiando la apostura y guapeza de su novio. Le dijo: “¡Qué gran silueta tiene tu galán!”. “No es la silueta, siñora -le informa en voz bajita la zagala-. Son unas llaves que siempre se echa en la bolsa delantera del pantalón”... Aquellos casados mal avenidos buscaron la ayuda de un consejero matrimonial. Le dice el marido: “Lo que no me gusta de mi esposa es que no se apasiona cuando hacemos el amor”. “¡Eso no es cierto! -protesta ella-. ¡Soy tan apasionada como cualquier mujer! Lo que sucede es que él exagera: en el momento del amor lanza unos gritos que parece Tarzan, el Hombre Mono”. “Señora -le indica el consejero-. Ésa es demostración de gran placer. Debería usted sentirse orgullosa de provocar en su marido tales manifestaciones”. “Sí -replica ella-. Pero con esos gritos mis amigos se dan cuenta de que mi esposo está en la casa, y ya no llegan”... El individuo fue al Seguro Social, pues sentía una gran tensión nerviosa. El médico le dice: “Usted está perfectamente bien, amigo. Lo único que le hace falta para liberar esa tensión es tener algo de sexo”. Siguió el consejo el tipo: esa misma noche fue a una casa de mala nota e hizo lo que el médico le había recetado. Ya salía cuando la muchacha le dice: “Se te olvidó darme mi dinero”. “¡Ah, no! -protesta el tipo-. ¡A mí me mandó el Seguro! ¡Ve y cóbrales allá!”... Las fiestas son en México parte muy importante de la vida. Las tenemos de todas clases: religiosas y profanas; públicas y privadas; con motivo o sin él. Todos los acontecimientos de la vida van acompañados de una fiesta: cumpleaños, bautizos, primeras comuniones, 15 años, bodas, y hasta Día de Muertos. Todo es fiesta: Navidad, Año Nuevo, día de Reyes, Candelaria. En los pequeños pueblos la fiesta patronal es causa de una fiesta, y hacemos fiesta el día del maestro, del médico, de la enfermera, del abogado, del ingeniero, del radioescucha y del televidente. En esas fiestas gastamos el dinero que tenemos, y el que no tenemos. Cualquiera dirá que somos desaprensivos, holgazanes. Y sin embargo las fiestas cumplen una importantísima función social. Por ellas descansamos de los agobios cotidianos; rompemos la rutina de los días. Ojalá nunca se nos quite a los mexicanos lo fiestero. Claro que no hemos de ser como aquel majadero que decía: “Con que cómanos, bébanos y ámenos, aunque no trabájenos”. Debemos trabajar también, y hacer de la fiesta un descanso merecido. Pero jamás perdamos ese ánimo festivo que nos caracteriza y nos ayuda a pasar trances difíciles... Dos señoras, una de cierta edad, la otra muy joven, se hacían mutuas confidencias sobre su vida íntima. “Mi esposo y yo -dice la mujer madura- nunca hacíamos el amor sino hasta que los niños ya estaban dormidos”. “Lo mismo hacemos mi marido y yo -responde la muchacha-. Ayer domingo mandamos a los niños a la cama a las 9 de la mañana, a las 12 del mediodía y a las 6 de la tarde”... Viene ahora el cuento de color subido que arriba se anunció. Las personas escrupulosas deben suspender aquí mismo la lectura, pues lo que ese relato tiene de breve lo tiene de salaz... En lo más apasionado del erótico trance le dice la señora a su marido: “Por última vez, no me pidas eso, Libidiano. Tú sabes bien que soy vegetariana”... (No le entendí)... FIN.