Con una mentada de madre, el gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, culminó la semana pasada las diferencias con sus detractores, que le reclaman haber dado noventa millones de pesos a la Arquidiócesis de Guadalajara, en apoyo a la construcción de un templo dedicado a los mártires del Movimiento Cristero.
Desde un principio el mandatario jalisciense justificó el gasto como inversión en apoyo al rubro de infraestructura para el turismo religioso, que en algunos sitios del país es una realidad que además de atender necesidades de carácter espiritual de la comunidad, tiene importante influencia mundana en la integración social, en la derrama económica y en la generación de empleos.
El episodio se inscribe en la tendencia a la confrontación que en diversos frentes amenaza a la unidad de los mexicanos, alentada por elementos políticos siniestros que pretenden reabrir heridas, deseosos de sembrar vientos en espera de cosechar tempestades.
En México existen necesidades colectivas insatisfechas de todas clases y en todos los órdenes, desde las básicas como vivienda y alimentación, hasta las recreativas. Como consecuencia, se requiere de un amplio criterio distributivo de los recursos públicos en la toma de decisiones gubernamentales al respecto, sobre el valor entendido de que los recursos son insuficientes.
Debido a la naturaleza misma de las relaciones entre Estado y Sociedad, el Estado interactúa en apoyo de Organismos No Gubernamentales que con base en la solidaridad social que practican, optimizan el uso de los recursos públicos que se les entregan en beneficio de personas pobres, madres solteras, huérfanos, enfermos, etcétera, sea que esa promoción solidaria esté o no inspirada en una confesión religiosa.
Mal por quienes han politizado el tema con el único afán de generar odio y mal por el gobernador de Jalisco, que en lugar de sostener su postura con dignidad, fundada en argumentos de bien común, cae en el insulto soez empañando la lucha dada el siglo pasado por muchos ciudadanos del centro del país, en pro de la libertad para profesar sus creencias religiosas.
El conflicto político y mediático de Jalisco se repite en estos días en el Estado de Guanajuato, en ocasión de que el Gobierno Estatal y el Ayuntamiento de León destinarán un total de ochenta millones de pesos a la construcción de una macroplaza para el rescate del Centro Histórico de la ciudad, en un lugar en el que existen dos templos católicos que resultan integrados al proyecto.
La crítica al proyecto leonés es infundada, porque partiendo de una realidad que indica que en la totalidad de las poblaciones existen templos, cualquier obra de infraestructura urbana resultará en beneficio directo o indirecto de inmuebles dedicados al culto público, en función de su propia ubicación que en ocasiones suele estar asociada a la fundación misma de cada ciudad.
Algunas de las locaciones destinadas al culto público llegan a tener una importante función social, como ocurre con el Cristo de las Noas ubicado en lo alto de la sierra del mismo nombre, a cuyos pies se encuentra la ciudad de Torreón. El santuario ha sido erigido con aportaciones del pueblo, sin embargo, durante años los diversos niveles de Gobierno han apoyado al proyecto y han construido las obras de infraestructura y vialidad que lo integran al sistema urbano.
La posibilidad de destinar recursos públicos en apoyo de proyectos privados de repercusión social es tan amplia, que hoy día el Gobierno de Coahuila publicita con bombo y platillo la aportación reciente de cien millones de pesos a la construcción de un estadio de futbol en la ciudad de Torreón. Si bien es cierto que el proyecto del estadio referido y el equipo local son negocio de una empresa cervecera, ambos existen para beneplácito recreativo de importantes contingentes sociales.
Por fortuna a nadie se le ha ocurrido hacer de este gasto gubernamental un motivo de odio entre los coahuilenses de otras partes del Estado, que podrían alegar como prioritaria la atención de sus propias necesidades. Lo anterior con el añadido de que no todos profesamos esa religión neopagana que rinde culto al deporte de las patadas, que tiene su cielo en la liguilla por el campeonato, su infierno en la eliminación por el descenso y sus profetas en los medios de comunicación; esta religión tiene además su santoral, sus ministros, sus fieles y sus fanáticos y como tal, aspira a contar con un nuevo templo.
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