Las vacaciones de Semana Santa y Pascua produjeron un impasse electoral en Estados Unidos que sirvió para dar rienda suelta a los rumores, chismes y especulaciones sobre el final de la reñida contienda entre los demócratas.
Tanto Barack Obama como Hillary Clinton recién reanudaron sus actividades proselitistas con miras a la elección primaria del martes 22 de abril en el estado de Pennsylvania, luego de varias semanas de descanso.
Será una elección clave y seguramente competida, pero no será decisiva toda vez que ni Obama ni Hillary pueden obtener en las siguientes primarias el número de votos necesarios para alcanzar la candidatura presidencial de su partido.
Obama lleva 1,629 delegados, entre ellos 215 de los superdelegados que votarán en la convención demócrata a realizarse del 25 al 28 de agosto en Denver, Colorado. Clinton a su vez lleva 1,486 delegados de los cuales 243 corresponden a superdelegados.
Se requieren 2,024 votos para obtener la candidatura lo que ya no ocurrirá de aquí al martes 3 de junio cuando se realicen las últimas primarias en los estados de Montana, Nuevo México y Dakota del Sur.
Hace diez días corrió fuerte la versión de que la alta cúpula de los demócratas llamaría a Al Gore para que ocupara la candidatura presidencial, decisión que legalmente puede tomarse si así lo consideran los jerarcas de ese instituto político.
El argumento sonaba razonable: a falta de un ganador en las primarias se designa a un tercero en discordia que logre unir las fuerzas del partido y gane las elecciones presidenciales de noviembre lo que podría ocurrir con Al Gore.
Pero pocos días duró el rumor porque quedó claro que Gore no tiene interés en la Casa Blanca, al menos por ahora, y que tampoco las huestes de Obama y Clinton aceptarían tan fácilmente tal decisión de la cúpula.
Luego siguieron otras especulaciones que pretenden encontrar una salida viable para esta encrucijada electoral.
El ala conservadora Demócrata considera que la mejor solución en estos momentos sería definir la fórmula integrada por Hillary para presidenta y Obama para vicepresidente. De esta manera se consigue el triunfo en noviembre y se planea una dinastía demócrata de hasta 16 años en el poder. Esto es ocho de Clinton y ocho más de Obama, desde luego si ambos gobiernos son eficientes y exitosos.
Los liberales están de acuerdo en la fórmula, pero en el sentido inverso, es decir Barack para presidente y Hillary para vicepresidenta, bajo el argumento de que deben respetarse los resultados obtenidos hasta ahora por ambos contendientes.
Obviamente no es fácil ponerlos de acuerdo. Tanto en la opción Gore como en la de Hillary para presidenta, Obama responde con justa razón que “nunca he sabido de un pre-candidato que se retire de la contienda cuando va ganando”.
Lo realmente cierto es el severo desgaste al interior de las filas demócratas y que se habrá de profundizar si la contienda se prolonga hasta la convención de agosto.
En tanto el candidato republicano, John McCain, cabalga en caballo de hacienda por toda la Unión Americana asistiendo a cenas y eventos para recaudar fondos al tiempo que diseña con toda tranquilidad su campaña política que arrancará después de la convención republicana de septiembre en Minneapolis, Minnesota.
No cabe duda que del plato a la boca se cae la sopa. Los demócratas quedarán fuera de la Casa Blanca si no alcanzan una negociación inteligente y a tiempo.
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