Este día, Hillary R. Clinton, anunciará su decisión de abandonar su campaña para lograr la candidatura demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos.
Este acontecimiento me duele, porque fui un convencido de esa candidatura y de sus posibilidades de ser la primera mujer que llegara al Gobierno de la Casa Blanca.
Pero, la güera dijo: “Hasta aquí. No voy más”. Su sinceridad me resulta admirable, porque no cualquiera es capaz de decir: “Este no es mi momento, y me retiro”.
No faltarán los que piensan que no le quedaba de otra. Pero no coincido con ese pensamiento. Cuando alguien se aferra a una candidatura, jamás admite que debe retirarse, antes al contrario, a cada paso que da, se siente más convencido de que debe seguir adelante.
Se podía haber encaprichado en su deseo de volver a la mansión presidencial. Pero la posición que está adoptando es más honesta.
No sé si Obama sea capaz de ganar la elección. Tengo muy serias dudas. Es más, lamentablemente no dudaría que pudiera andar por ahí un loco que quiera truncar ese camino, por la vía del asesinato, antes que ver a un afroamericano en la Presidencia.
La güera tomó una valiente decisión y creo que lo hizo por el bien de su partido. ¿Cuántos candidatos son capaces de hacer eso?
He vivido verdaderos esfuerzos por convencer a un hombre o una mujer de que no compitan por un cargo de elección popular y se aferran a esa posibilidad aunque se les muestre y demuestre que van a perder.
Recuerdo, de manera especial, la campaña del 99 en Coahuila, en la que se renovaban los ayuntamientos. Nosotros teníamos la firme convicción de que aquellos que ocupaban un cargo de regidores o síndicos, dentro de ese cuerpo colegiado, no deberían de competir, porque así lo había determinado el Tribunal Electoral federal, en un caso semejante.
A pesar de ello, cuando se les explicaba a los precandidatos que estaban en esa circunstancia, que no podía competir, se rebelaban en forma ostensible.
Algunos llegaban al grado de afirmar que nosotros habíamos “inventado” ese argumento, para impedir que llegaran a la presidencia de su municipio.
Al mismo tiempo, nosotros habíamos impugnado a los candidatos de Oposición que estaban compitiendo en esas condiciones. Y aunque perdimos en dos instancias, al final el Tribunal federal, nos dio la razón y esas candidaturas se cayeron.
También se corría la especie, de que el comité estatal gozaba cuando le hacía saber a los involucrados, que no podían competir. Lo cual era falso.
Y lo era, porque nosotros sabíamos que, aunque convencidos de nuestros argumentos, les estábamos quitando a aquéllos, una ilusión: la de ser alcaldes de sus pueblos.
En semejantes circunstancias, Hillary renuncia, por propia voluntad, a un sueño largamente acariciado.
A su sueño de hacer historia, al convertirse en la primera mujer en ocupar la Presidencia de Estados Unidos.
Sé que aún falta la Convención Demócrata en octubre. Pero sé también que difícilmente la situación cambiará.
De cualquier forma, yo sigo admirando la determinación de esta mujer que ha sabido vencer adversidades en las que posiblemente otras hubieran sucumbido.
Estoy convencido igualmente, que no es el fin de la carrera de esta singular mujer que supo decirle sí al presidente en quien creía y disociarlo del hombre que la había traicionado.
Eso es la institucionalidad y el respeto a las instituciones.
Hillary se va. Pero lo hace con la frente en alto y sus ojos azules bien puestos en un horizonte promisorio.
Estoy seguro de que más adelante, buena parte del pueblo norteamericano se arrepentirá de no haber optado por esta excepcional mujer.
De cualquier forma, y aunque no sirva de nada y ni siquiera se entere, yo seguiré admirando su determinación y valentía.
Al mismo tiempo, espero la llegada de una mujer como ella a una candidatura por la Presidencia de México.
Por lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano”.