La gran ventaja para los soldados que se juegan la vida por otro país, en este caso España, es la posibilidad de tramitar la nacionalidad. (AP)
En sólo cinco años, las fuerzas españolas cuentan con 5 mil 440 soldados extranjeros, casi el 7% de las 80 mil personas que conforman las tropas.
Son militares del Ejército español. Se codean con la muerte en Afganistán, el Líbano y allá donde España tiene tropas desplegadas en misión de paz desde hace varios años. Miles de ellos son latinoamericanos y defienden una bandera que no es la suya.
Es la nueva realidad de las Fuerzas Armadas españolas. El espejo de una sociedad cada vez más multicultural en la que un 11% de la población es inmigrante.
Con la supresión del servicio militar obligatorio, conocido como la “mili”, sucesivas reformas convirtieron al Ejército español en profesional y, a partir de 2002, se autorizó la entrada de inmigrantes, con una particularidad.
La Ley sólo permite el alistamiento a ciudadanos de países con los que España mantiene vínculos históricos y lingüísticos especiales. Es decir, prácticamente todas las naciones de la América Latina hispanoparlante y Guinea Ecuatorial, la antigua colonia española en África.
En sólo cinco años, las fuerzas cuentan con 5 mil 440 soldados extranjeros, casi el 7% de las 80 mil personas que conforman las tropas. Por nacionalidades, los colectivos más numerosos son ecuatorianos, colombianos y bolivianos.
Gracias a esta fórmula, las Fuerzas Armadas consiguieron reducir el gran número de plazas que cada año quedaban vacantes, ofreciendo a cambio un sueldo fijo de al menos mil euros (mil 300 dólares) y la posibilidad de obtener la nacionalidad española.
“Uno se acostumbra a todo, ¿quién me iba a decir que iba a participar en misiones del Ejército español? Es raro, distinto, pero me ha abierto muchas puertas aquí y es un orgullo saber que eres capaz de salir adelante en todo tipo de situaciones”, asegura Dalton Rafael Jiménez, un soldado ecuatoriano de 22 años.
Las ventajas no esconden los riesgos. De los últimos 10 soldados fallecidos en misiones de España en el exterior, cuatro eran inmigrantes. En 2007, tres jóvenes colombianos perdieron la vida durante un ataque terrorista en el Líbano y un ciudadano ecuatoriano murió en Afganistán por la explosión de una mina.
Jiménez forma parte del Brigada Paracaidista (Bripac), una unidad de élite que aglutina a un mayor número de extranjeros en sus filas, cerca de 500 de los dos mil que la conforman. Estaba en Afganistán cuando murió su compatriota.
“Es una situación extraña. No te acostumbras a vivir estos momentos. Es como si todo fuera una película, una más en mi vida”, explica.
El comandante Pedro Machuca es un veterano de la Bripac y se mueve como pez en el agua en el cuartel de los paracaidistas a las afueras de Madrid. Entrar en uno de estos acuartelamientos no es fácil para la población civil. La seguridad manda y al Ejército le cuesta romper su tradicional hermetismo.
“A todos los extranjeros se les exige que tengan su tarjeta de residencia en regla y que firmen un compromiso de tres años, que puede ampliarse hasta los nueve, además de pasar unas pruebas médicas, físicas...”, resume Machuca mientras enseña orgulloso las instalaciones de entrenamiento de las que disponen.
PROFESIÓN
A pesar del peligro, las Fuerzas Armadas españolas son una salida profesional inmejorable. La crisis económica y el crecimiento constante del desempleo han provocado que a lo largo de 2008, las solicitudes para alistarse en el Ejército hayan aumentado, según el Ministerio de Defensa, hasta un 70% en algunos centros de reclutamiento.
La gran ventaja para estos soldados que se juegan la vida por otro país es la posibilidad de tramitar la nacionalidad española.
“Cualquier extranjero firma un primer contrato de tres años. Después se ofrece prorrogarlo otros tres más. Es entonces cuando pueden obtener la nacionalidad”, relata Machuca.
Diana Hernández Tabares se encuentra en ese compás de espera para obtener la ciudadanía española. Natural de Colombia, tiene 24 años, lleva cuatro en el Ejército y en este corto tiempo ha participado dos veces en misiones de la Bripac en Afganistán.
“Es extraño servir bajo una bandera que no es la tuya, pero te acostumbras”, señala.
CASO PECULIAR
El caso de España no es único, pero sí peculiar por su preferencia hacia América Latina. Por ejemplo, Estados Unidos autoriza el alistamiento de extranjeros con residencia legal y Gran Bretaña cuenta con un sistema similar que favorece a ciudadanos de la vecina Irlanda o de países miembros de la Mancomunidad de Naciones.
Tanto ella como Dalton Jiménez tomaron el Ejército como una forma de entrar en un mercado de trabajo cuyas puertas no suelen abrirse con facilidad para los extranjeros. Sus familias también residen en España y creen que, en general, la experiencia es positiva.
“No es fácil, tanto como mujer como por no estar en tu país, pero en realidad el respeto te lo acabas ganando tú misma y aquí todos somos iguales. Además, a mí siempre me ha gustado este mundo y me encantaría trabajar como policía o en algo ligado a la seguridad”, explica Hernández Tabares.
Cuando los extranjeros obtienen la nacionalidad, tienen la opción de seguir la carrera militar o, simplemente, desligarse del Ejército e incorporarse a la vida civil como ciudadanos españoles y europeos en derecho pleno.
Christiam Herrera Gonzales también es colombiano, soldado de los paracaidistas, tiene 26 años y ha participado en misiones en Pakistán y el Líbano.
“En Líbano, nos encargábamos de reconocer enormes extensiones de tierra para localizar minas antipersona. Desgraciadamente, nos tocó vivir la muerte de mis tres compañeros y compatriotas. Fue tremendo, terrible. Nos cogió por sorpresa a todos”, reconoce.
Después de casi cinco años en el Ejército, ha tramitado su nacionalidad, pero tiene claro que su futuro sigue en la Bripac.
“Estoy integrado y el idioma ayuda mucho. No me arrepiento de nada y he vivido experiencias muy bonitas. Estoy aquí por interés propio y me gustaría proseguir la carrera militar”, dice.
