Los tiempos de los demagogos, que lograban enmascararse con el lema de “la democracia” van quedando atrás. Ahora, emerge una nueva ciudadanía mexicana, que está aprendiendo rápidamente a ser demócrata, participando cada vez más en la vida cotidiana de la sociedad y se concientiza y adquiere, poco a poco, responsabilidad comunitaria.
A los demagogos, el diccionario los define como: “cabeza o caudillo de una facción popular”; ellos, ahora viven un medio menos fecundo y con menores oportunidades a las del pasado, cuando Pericles decía: “la gente se deja convencer por la incoherencia y la irresponsabilidad; está dominada por el placer de escuchar y la confianza insolente de las ambiciones mal calculadas que llevan al desastre”. Los electos saben que deben cumplir promesas y en mucho dependerá su desempeño y aplicación, si todos nos orientamos a exigirles. ¿Acepta su parte en la responsabilidad común?
De griegos y romanos, heredamos para nuestras organizaciones sociales (poblados y ciudades), dos tipos de personajes que participan en política: los demócratas y los aristócratas. Los primeros, representados con figuras tales como ministros o presidentes; los segundos, reyes y dictadores, que imponen su autoridad de monarcas o tiranos por la fuerza; afortunadamente en vías de extinción.
Si en la democracia existen herramientas que le hacen prevalecer, como el voto y la participación ciudadana, también cuenta con enemigos temibles: los demagogos que tienen el don de la palabra, quienes generalmente la usan para fortalecer a sus jefes con sus intereses o sus personales posiciones; de ellos nos referimos vulgarmente como “jilguerillos” y Eurípides decía: “la inferioridad de la democracia consiste en la existencia de conocedores que se dirigen al pueblo, parecen estar de acuerdo con él en todo, pero sólo buscan su propio interés”. De ésos tenemos muchos, ¿verdad?
Desafortunadamente, en los últimos tiempos, hemos confundido el significado de la palabra democracia; hacer la voluntad de las mayorías ha sido interpretada erróneamente, empalmándola a la palabra libertad, también mal comprendida, para promover la individualidad, ofreciendo de paso alternativas para ejercer la sensualidad, renunciar a la responsabilidad comunitaria y desconocer el concepto de: “trabajo en equipo”.
Ahora, ser libre tiene un significado diferente al de la intención original. Dice Llano Cifuentes: libertad es tener derecho a elegir, pero no hacerlo, entre varias opciones posibles y escoger la deseada, es también renunciar a ella; concepto diferente al dado en la actualidad, puesto que no hay mayor prisionero que aquel que no desea liberarse.
Vivimos dándole a la palabra libertad la connotación de hacer lo que nos viene en gana y con ello caer en el individualismo, que ataca nuestro sentido gregario, ayudando en la soledad a los demagogos y su artificioso manejo de las palabras; ellos saben y temen a las masas, que por su peligrosidad, cuando se reúnen en un propósito de bien común, pueden terminar –con relativa facilidad– con los perversos.
Cuando ejercimos el derecho a la libertad de elegir representantes, también aceptamos que recae, en nosotros mismos, la responsabilidad de exigir buenas cuentas a nuestros elegidos.
“El pueblo olvida” dicen los demagogos; generalmente pasamos por alto que ellos son nuestros trabajadores, excelentemente pagados, por cierto, quienes deben cumplir con su encomienda, autoimpuesta por su propio discurso comprometedor. ¿No lo cree así?
Recordemos que los demagogos se autodenuncian: cuando abandonan los propósitos enunciados y dedican su esfuerzo a buscar el beneficio propio. Usted y yo recordamos a muchos de ellos, que tan pronto acceden al poder, lo utilizan para hacer uso de él y apuntalar su futurismo político personal.
Esos pseudodemócratas, son los que hablan de populismo y terminan aprobando y hasta promoviendo leyes que ofenden al pueblo y que, muchas veces, van en contra de los verdaderos intereses comunitarios. Recuerde al dictador Chávez.
Son los que denuncian “la corrupción de las autoridades” en sus discursos de campaña y tan pronto tienen en sus manos la capacidad de promover el cambio, olvidan sus promesas para subirse al carrusel de los beneficios materiales.
Son esos que se distinguen por denunciar ilícitos sin tener evidencias, con el propósito de confundir al ciudadano y atraer la atención pública hacia sus personas, intentando incrementar la popularidad para recibir frutos de imagen propia.
No pierda de vista a los que, como fariseos, se rasgan las vestiduras ante la desgracia de los pobres, para luego exigir “sus dietas”, prestaciones cuantiosas, “apoyos para la gestión” y vehículo ostentoso, adquirido con nuestros impuestos, para luego dejarse llevar por el abandono de conciencia y goce del estatus ganado.
Pasadas las elecciones, amainadas las turbulencias de la propaganda política, llegó el momento de: cumplir para los ganadores y exigir los ciudadanos; hora de atender propuestas y compromisos de los diputados electos, quienes deberán servir a la comunidad que los prefirió.
Le recuerdo: la democracia requiere del trabajo de todos. ydarwich@ual.mx