El asunto de los mexicanos que murieron durante el ataque del Ejército colombiano a un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano sigue dando de qué hablar. Aunque de repente lo que oímos no parece tener mucha lógica.
Por ejemplo, nos hemos venido enterando que Lucía Morett, quien sobreviviera al ataque, es pasante (de 27 años) de la Licenciatura en Literatura Dramática y Teatro de la UNAM. La pregunta, claro, es qué rayos tiene que ver esa disciplina con un estudio sobre la narcoguerrilla. Ciertamente lo que vive Colombia gracias a las FARC es una tragedia casi shakesperiana. Pero hay de investigaciones a investigaciones…
Como han ido saliendo nuevos detalles que apuntan, de manera cada vez más evidente, a que los mexicanos que se hallaban en ese campamento no estaban haciendo ninguna actividad académica, y tenían nexos muy cercanos con las FARC. De otra forma, ¿cómo explicar su presencia en un entorno de máxima seguridad? La dirigencia de una guerrilla con cuatro décadas de experiencia, ¿deja pasar la noche en su campamento a simples estudiantes que van a entrevistarlos? ¿Desde cuándo?
Lo cual nos lleva al viejo apotegma: piensa mal y acertarás.
Esos mexicanos, ¿se habían integrado al grupo para ser entrenados? ¿Querían pelear desde ahí por la liberación continental, secuestrando inocentes y trasegando droga? ¿O querían absorber experiencia para traer ese know how de regreso a México? Como que ésas son las preguntas que deben ser respondidas.
En vez de ello, tenemos las declaraciones de los padres de Lucía Morett, la herida; y de uno de los fallecidos en la incursión, Juan González, otro estudiante de la UNAM (de 29 años, éste), quienes dijeron que planean acusar al Estado colombiano por delitos de lesa humanidad y violación a los derechos humanos de sus criaturas.
Por supuesto, la muerte de todo ser humano es lamentable, y no hay peor dolor que el de un padre al que le dañan a su hijo. Pero, como que por las edades y la educación de los afectados, hemos de suponer que eran plenamente conscientes de en dónde se estaban metiendo; y los riesgos que implicaba ingresar en una zona de guerra, durmiendo en el campamento de un grupo que tiene décadas peleando.
Acusar a Colombia por los civiles que resultaron muertos o heridos por la incursión puede ser respondido de manera muy simple por Colombia: ¿qué estaban haciendo ahí esos civiles, en la línea del frente, en compañía de uno de los líderes de una organización considerada terrorista por treinta países?
Más cortinas de humo. Como las bravatas de Chávez. Como las inconexas respuestas de Correa al por qué Ecuador ni se había enterado de esa presencia en su territorio. Sí, más cortinas de humo.