El amor es “una locura químicamente inducida”.
Feggy Ostrosky Solís
Leía ayer unas declaraciones de la doctora Georgina Montemayor Flores, de la Facultad de Medicina de la UNAM, que señalaban que el amor es un estado fisicoquímico de demencia temporal que dura máximo cuatro años. Se trata, decía, de una activación de sustancias químicas en el cerebro que puede equipararse a un estado obsesivo compulsivo.
Ayer también la doctora Feggy Ostrosky Solís, directora del Laboratorio de Neuropsicología y Psicofisiología de la Facultad de Psicología de la UNAM, me decía que el amor “es una locura químicamente inducida”. Según ella, esta locura, el enamoramiento, tiene una duración de entre tres y cuatro años. Pero hay una razón para ello. Ése es el tiempo que los críos requieren para empezar a caminar y, por lo tanto, para defenderse por sí solos. La naturaleza ha buscado que ése sea el período mínimo que el padre permanezca con la pareja y con el niño.
A pesar de las historias de amor eterno, “la especie humana no tiene como fin la fidelidad”, me explicaba la doctora Ostrosky. La mujer la busca más por su papel en la reproducción, ya que emite un óvulo cada mes y necesita un tiempo prolongado para la gestación y cuidado del crío, hasta que éste se encuentra listo para sobrevivir y continuar la especie. Pero el hombre, que produce millones de espermatozoides, y que puede reproducirse continuamente con distintas mujeres, tiene un papel diferente. Sus posibilidades de continuar su línea se multiplican al aumentar su número de parejas.
En El arte de amar, el psicoanalista Erich Fromm nos ofrecía ya una distinción entre enamoramiento y amor. El primero es explosivo y breve, intenso y frágil. Se asemeja a esa locura temporal de la que nos hablan las doctoras Montemayor y Ostrosky. El amor, sin embargo, es más intelectual y menos emocional. No es una simple rendición ante la dictadura de la hormona, sino un triunfo de la costumbre, de la confianza, de la comprensión y de la lealtad. Por eso el amor puede durar mucho más que el enamoramiento.
No hay razón para pensar que la fidelidad debe ser el cimiento del enamoramiento o del amor. De hecho, a lo largo de la historia tenemos numerosos ejemplos históricos y literarios de cómo el amor es siempre una lucha entre el deseo por otros u otras y la necesidad de la estabilidad.
En la antigüedad, la fidelidad se exigía a la mujer, pero no al hombre. En la Odisea, Penélope es presentada como ejemplo de esposa virtuosa porque mantiene su fidelidad a Odiseo, el Ulises de los romanos, a pesar de todas las presiones de sus pretendientes, los cuales ansían obtener a través de ella la corona de Ítaca. Homero nunca considera siquiera la posibilidad de que Odiseo pudiera serle fiel a Penélope, a pesar que su amor por ella es evidente. El concepto mismo de fidelidad para un hombre tras diez años de guerra de Troya y otra década de viaje no tiene lugar en la antigua mentalidad.
La mujer en esos tiempos era propiedad del hombre. Su fidelidad era indispensable para asegurar que los hijos fueran realmente del esposo. De esta manera se aseguraba que la herencia pasara a manos de quienes verdaderamente eran hijos del propietario. El instinto de preservar la especie, y de favorecer siempre las posibilidades de sobrevivir y prosperar del linaje propio, era el fundamento de este concepto de fidelidad.
La Biblia, el libro sagrado de la tradición judeo-cristiana, considera naturales las historias de hombres que cuentan con distintas esposas o concubinas, mientras que ve como pecadoras a aquellas mujeres que cometen actos de infidelidad. El Corán, libro sagrado de los musulmanes o muslimes, les otorga a los hombres la posibilidad de tener hasta cuatro esposas, siempre y cuando puedan mantenerlas y darles a cada una un trato justo, pero no considera siquiera la opción de que una mujer pueda tener varios maridos.
En distintas sociedades primitivas del Pacífico, sin embargo, se han dado casos de poliandria, en que la mujer tiene varios esposos, y hay indicios de que antes del neolítico era común que las mujeres tuvieran varias parejas al mismo tiempo o de manera consecutiva.
Con el paso del tiempo y por convención social, la fidelidad llegó a convertirse en un elemento fundamental en la construcción de la familia. En muchas sociedades empezó a exigirse al hombre que fuera fiel a su mujer. Era una simple cuestión de justicia.
Hoy, el enamoramiento sigue siendo una demencia temporal, pero el amor estable, fiel y duradero se ha convertido en un ideal que muchos hombres y mujeres cultivan. Los métodos anticonceptivos han cambiado las reglas del juego del amor. Hoy las mujeres pueden, si quieren, ser tan libres o tan infieles como los hombres. Pero tanto unos como otras suelen también buscar la paz emocional que proviene de las relaciones duraderas. En algunas ocasiones, incluso la encuentran.
CNDH
Human Rights Watch dio a conocer este 13 de febrero un informe muy crítico del desempeño de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de nuestro país. La CNDH ha cuestionado el informe que, afirma, le exige ir más allá de lo que permite la ley mexicana. Hay aquí un tema de fondo que debemos debatir. Pero la seriedad se perdió cuando una alterada visitadora de la Comisión, Ingrid Herrera, se presentó junto con su director jurídico, Javier Tapia, al Hotel Meliá en que se daba a conocer el documento en un aparente intento de “reventar” la conferencia de prensa. Si ésos son nuestros visitadores de derechos humanos…