El término Democracia, como todo, se interpreta según el ángulo desde donde se observa. Idealmente implica la participación directa de la ciudadanía, del pueblo en general, en los destinos de la cosa pública. Sin embargo, me parece que esto rara vez ocurre, porque los vastos grupos humanos raramente son homogéneos; y aunque la ley imponga la igualdad de derechos, en la práctica no es ejercida, ni puede serlo en un conglomerado con intereses en pugna, no sólo nacionales sino internacionales.
La imposibilidad de la participación directa de cada ciudadano, ha terminado en ser representativa por medio de partidos políticos, cuyos miembros una vez electos representantes de ciertos intereses públicos, derivan en representar prioritariamente los intereses partidarios. La queja general de que “los candidatos sólo vienen por nuestro voto y una vez obtenido no vuelven a enterarse de nuestros problemas … ni siquiera los volvemos a ver”, es consecuencia de la errada estructura del sistema.
Hay más problemas: una desinformación del electorado sobre estos asuntos y una gran decepción al no cumplirse ni programas ni promesas ofertadas para el mejoramiento de las necesidades prioritarias para la vida nacional. Luego, ¿quién ejerce el poder soberano? Constitucionalmente es el pueblo –el distante, desprotegido y castigado pueblo-, enfrentado a grupos de poder en continua pugna.
Si el Estado es de Derecho, como se dice que lo es, la Constitución es norma y guía de primer rango y de absoluta observancia para todos. Pero las leyes por comandantes y coherentes que sean, no se ejercen por sí, son los hombres dentro de los organismos de aplicación los obligados a respetar el sistema constitucional, la justicia y la equidad que de ella emanan y no desvirtuarla a través de trucos con la aplicación de leyes secundarias o reglamentos frecuentemente anticonstitucionales. Ya está ahí un principio de desorden, porque si bien a veces es necesaria alguna enmienda constitucional, tendría que contemplar el beneficio de toda la Nación y no para segmentos poderosos. Esto último acentúa la ingobernabilidad, acreciendo aún más las diferencias ciudadanas y con el Gobierno mismo. Así, no son posibles la Democracia ni el Estado de Derecho. ¿Por qué entonces el reiterado discurso a su favor si en la realidad se ejercen y se sufren diferenciadamente?
El ejercicio presidencial será cada vez más minado por los cotos de poder, algunos ya acostumbrados a vender su voto y otros a pagarlo para su propia conveniencia. Se están viendo alianzas en este sistema de compra-venta para los apoyos verdaderamente increíbles. Se me dirá que las negociaciones son necesarias, pregunto ¿es la Patria un botín?, ¿nada vale la Constitución General de la República? Así no hay Patria ya que la integramos todos y no unos cuantos mercaderes, refiriéndome no sólo al capital, sino a muchos sindicatos, la burocracia, siempre dispuestos a amafiarse o romper acuerdos por dinero o prebendas.
Hace días, la ciudadanía de diferentes entidades federativas expresó multitudinariamente su rechazo a la violencia. No es la primera vez y esto se va agravando. Sólo que la violencia y los delincuentes no solamente son los agresores y las agresiones armadas, son todos aquellos fuera de la ley cuyo operar no respeta la integridad moral, ni el derecho ajeno, lo que corrompe a todos niveles, aunque luego ellos también sean destinatarios de su propio mal hacer. La impunidad complementa el deterioro social a que ha llevado el permitir toda clase de actos punibles, perpetrados cínicamente contra millones de personas. La desfachatez con que muchos políticos de primer nivel se enriquecen en un corto tiempo “inexplicablemente” y a sabiendas de su mal proceder, siguen y seguirán exentos de castigo. Públicamente se denuncian los fraudes cometidos a las personas y a la nación. ¡No importa, es buen político, es necesario para el grupo o por último es mi compadre!
Cómo estaremos que ya no sabe la gente quién es peor, si los maleantes armados, la Policía, los ministerios públicos, los jueces, o quienes en obligación de rescatar cualquier valor o impedir que se atente en su contra, reciben “línea” y no cumplen con su cometido, por miedo a perder sus chambas o cualquier posición que les permita, cuadrándose, seguir usufructuando, aunque sea en escala pobre, de algún beneficio ya logrado.
La Democracia, así ejercida, ha desatado males sin fin. El hecho de que las leyes estén de adorno y funcionen en su aplicación parcialmente en beneficio de grupos de poder, plantea la corrupción, el desorden, la inequidad, la injusticia, la ignorancia y la pobreza económica y estructural del ser humano.
Faltan inteligencias y voluntades para concebir sistemas alternativos y mejores en cuanto que sea su primordial interés el bien común. Falta el apego a las leyes generales y su aplicación y falta la apertura racional del conjunto nacional para ocuparnos del porvenir que es absolutamente necesario para que todos, sin demagogias, amemos, forjemos nuestra Patria, antes de perderla definitivamente.