Sucedió lo que sucede cada año: el miércoles 26 de marzo los coahuilenses celebramos el 95 aniversario de la firma del “Plan de Guadalupe” en la ex hacienda del mismo nombre. Es la más importante efeméride del calendario patriótico de nuestra entidad federativa y pareció que en la Presidencia de la República no estaban enterados; vaya, ni siquiera el joven secretario de Gobernación Mouriño le hizo un guiño. El representante del presidente Calderón Hinojosa, empleado en Bucareli, ni siquiera sabía de qué se trataba el acto.
Desde que era gobernador el general Benecio López Padilla, en los años 40 y seguideros del pasado siglo XX, esta conmemoración ha logrado reunir a gentes del Norte, del Sur, del Oriente y del Poniente de Coahuila de Zaragoza; ya sea por convicción revolucionaria o por disfrutar de un día cuasi feriado, los nativos de Coahuila nos unimos año tras año con sólida, compacta y asoleada presencia para celebrar el ritual cívico que nos identifica y une. Somos maderistas y carrancistas de corazón.
El gobernador López Padilla fue uno de los firmantes del plan político revolucionario que aguó la fiesta al traidor, por muchos sentidos, Victoriano Huerta, flagrante asesino intelectual del presidente de la República, don Francisco I. Madero, quien no murió solo pues con él Victoriano Huerta también despachó al vicepresidente, José María Pino Suárez en aquella lóbrega madrugada del 22 de febrero de 1913.
Modesta ceremonia en sus inicios, la conmemoración de la firma del Plan de Guadalupe adquirió importancia y significación ciudadana al transcurso del tiempo. “Sólo una fiesta local” pensaron en el DF en la década 80 el siglo pasado sobre el día 26 de marzo; los cuadrados burócratas capitalinos no podían entender la trascendencia de la rebeldía del gobernador Venustiano Carranza en aquellos días de prueba.
Siempre nos inquietó saber qué hubiera sido de México y de la Revolución Mexicana, iniciada por el señor Madero y proseguida por el señor Carranza, si éste hubiera silenciado la justa indignación del pueblo de Coahuila ante la criminal fantochada que armó el embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson al ejecutar el plan magnicida de la Casa Blanca contra los mexicanos. Con el triunfo de la revolución constitucionalista y lograda la defenestración del usurpador Huerta, Carranza salvó a los mexicanos de un dictador más cruel y sanguinario que los anteriormente padecidos y logró consolidar, con el posterior sacrificio de su propia vida, las instituciones jurídicas de la República.
Hace algunos días fuimos invitados, el colega Francisco J. de la Peña Dávila y este columnista, al programa “Homo Videns” de RCG Televisión que conducen los periodistas Alfredo Dávila y Juan de León; y acaso por ser dos veteranos periodistas, testigos de casi todas las conmemoraciones anteriores, se nos pidió opinar sobre la disminuida importancia otorgada por el actual presidente de la República al aniversario número 95 del “Plan de Guadalupe”. Fue poco y minúsculo el interés, coincidimos, a juzgar por el funcionario que ostentó la representación de don Felipe Calderón.
Sin embargo no alcanza la categoría de incidente; apenas podría ser una mala anécdota y para colmo, repetida.
Desde el sexenio del presidente Miguel de la Madrid se hizo patente el desprecio centralista ante la Revolución y sus hombres históricos. Ni modo, se dijo por acá. Salinas también hacía como que la Virgen le hablaba cada 26 de marzo y creo que Zedillo tampoco hizo acto de presencia en la ex Hacienda; pero a éste último lo perdonamos sólo porque en 1998 fue a Parras a celebrar el 400 aniversario de su fundación. En cuanto a Vicente Fox y Felipe Calderón ellos puede pensar que cumplen su deber partidista.
Lástima que esto suceda en las vísperas de 2010. Lástima que se desdore la institucionalidad del cargo presidencial y qué pena que el hecho desdiga el democrático deber de tolerancia del presidente Calderón ante los adversarios políticos. En fin y como decía mi revolucionaria abuela Lola: hay desaires que se agradecen....