Una sociedad necesita símbolos y espacios comunes de los cuales sentirse orgullosa para que la motiven a mantener su cohesión. Toda ciudad, ese extraño “ecosistema” fabricado, debe satisfacer no sólo los menesteres primarios e individuales de sus habitantes, sino también las necesidades morales y colectivas. Estas últimas en gran medida encuentran cobijo en el entorno físico de la urbe en donde se desarrollan.
La belleza de los edificios públicos, la limpieza y buen estado de las calles, el cuidado de las áreas verdes, el equipamiento urbano funcional y suficiente, y la facilidad y comodidad de desplazamiento, son factores que influyen en el ánimo y el orgullo del ciudadano, quien, además, aporta una considerable cantidad de sus ingresos para que las autoridades cumplan con su obligación de mantener una imagen y funcionalidad de la ciudad cuando menos presentables.
Pero parece que los gobiernos de Torreón, Gómez Palacio, Lerdo y Matamoros, municipios aspirantes a consolidar una “Zona Metropolitana”, no tienen muy claro lo anterior. Desgraciadamente, mucho se deja de hacer y lo que se hace, la mayoría de las veces, se hace sin pensar en las afectaciones hacia el ciudadano.
Nadie puede negar que haya obra pública en la zona conurbada de La Laguna. Basta con hacer el recorrido cotidiano de la casa al centro de trabajo para darse cuenta de lo que empresas constructoras contratadas por autoridades estatales y municipales están haciendo en las calles. Es raro que al circular por Torreón o Gómez Palacio alguien no se tope con la maquinaria, los trabajadores, las desviaciones y la propaganda oficial disfrazada de señalamientos que se encuentran en los puntos en donde se construye (o destruye, ahí está el DVR) un paso a desnivel, se traza un bulevar o se amplía una calzada.
A simple vista, cualquier habitante de esta “metrópoli” podría mostrarse complacido por que al fin ve que los impuestos que paga se utilizan en beneficio de la comunidad. Pero al padecer todos los días durante meses las incomodidades que le ocasionan todas las obras, esa complacencia se transforma poco a poco en malestar y fastidio, sobre todo cuando el ciudadano se percata de que su molestia no es ocasionada tanto por las propias obras cuanto por la mala planeación, la tardanza de las mismas, la señalización insuficiente y el deterioro de las vías alternas dispuestas para desfogar el tránsito vehicular.
Si a la incomodidad anterior le agregamos lo deprimente que resulta circular por una ciudad que, de tanto pozo, polvo y montón de tierra, parece zona de guerra, la moral y el orgullo del habitante comienzan a verse seriamente mermados.
Pero el descuido no sólo es perceptible en el tema de las obras, hay otros aspectos en los que resulta evidente el abandono de las autoridades desde hace años. Un claro ejemplo son las entradas a la zona urbana desde las carreteras federales que conectan a La Laguna con ciudades como Saltillo, Durango, Chihuahua, Monclova y Zacatecas. El paisaje que recibe al visitante o al residente que regresa, dista mucho de ser prometedor: basura, tierra y escombro a los lados de las carreteras que luego se convierten en bulevares, señalización y alumbrado deficientes, pavimento deteriorado, topes por doquier y un desorden vial que casi se ha vuelto proverbial.
Una vez dentro de la ciudad, el panorama no cambia mucho: la basura y el escombro ya no bordean las vialidades sino que se encuentran en lotes baldíos, canales de riego, fincas abandonadas y hasta en el lecho seco del río Nazas, ese maltratado símbolo natural de nuestra región, al cual se arrojan también aguas residuales sin que alguien haga algo para impedirlo. A lo anterior hay que agregar el abandono en el que se encuentran muchos camellones y áreas verdes de las cuatro ciudades.
Por si fuera poco, en los últimos meses la zona conurbada ha sido golpeada por una ola de inseguridad motivada por dos fenómenos que, aunque diferenciados, uno es consecuencia del otro: primero, la presencia del crimen organizado, ante el cual las autoridades poco o nada han podido hacer, y segundo, el incremento de la delincuencia común que ha aprovechado el miedo y la pasividad de las policías locales.
Además de los delitos patrimoniales comunes (robos de autos, negocios y casas), la ciudadanía es testigo de una serie de latrocinios inusuales hasta hace un lustro. Los ladrones se están llevando cable de cobre del alumbrado público, medidores de agua, placas de monumentos y hasta ¡tapas metálicas de alcantarillas! Estos hurtos no sólo afectan gravemente al patrimonio municipal y, en consecuencia, repercuten en el erario, sino que también dañan la ya de por sí deteriorada imagen urbana.
De tal forma que el ciudadano, al salir de su casa, tiene que enfrentar el miedo y la incertidumbre que ronda desde hace meses por las ciudades de La Laguna; debe superar los obstáculos en los que, por mala planeación, se han convertido las obras de vialidad, y sufrir, en general, un entorno urbano adverso y desagradable derivado del descuido y la negligencia de las autoridades. En medio de este panorama, es difícil que la moral y la confianza de los habitantes del área conurbada de la región se encuentren elevadas. Y no creo que sea lo más conveniente que para levantarlas sólo podamos recurrir a un equipo de futbol.
argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx