A Martha Durón de Narro,
quien de esto sabe mucho
Un viejo sueño de viejos aficionados a la historia, nacido allá por los años 50 del siglo XX, empezó a concretarse hace un par de semanas cuando, en una breve y sencilla ceremonia, el flamante director de la Escuela de Historia de la Universidad Autónoma de Coahuila, doctor Carlos Valdés Dávila, dio a conocer los objetivos de la institución de estudios profesionales que abría sus puertas en una sencilla aula facilitada por la Facultad de Psicología, ante un grupo de aproximadamente 28 estudiantes de diferentes edades: desde bachilleres recién egresados hasta adultos profesionistas, pero todos interesados en prepararse académicamente para desempeñar esa mágica actividad del intelecto que nos devela el pasado histórico.
Largo tiempo hubimos de esperar quienes antaño desesperábamos de no tener a mano una institución académica que enseñase a averiguar, con sana curiosidad, cómo fue el ser y el hacer de nuestros antepasados, el origen de las familias, los antecedentes de nuestra ciudad, la historia de nuestro país.
Ese día, martes doce de agosto de 2008, reencontramos en la Universidad, a algunos y algunas saltillenses a quienes, hace tiempo, vimos entrar un buen día a la sala de consulta del Archivo Municipal de Saltillo con una mirada indagatoria y expectante: andaban a la caza de su genealogía familiar. Les parecía increíble o raro que una institución oficial pudiera guardar tan vasta y profunda información documental sobre sus respectivos ascendientes, a quienes ellas y su parentela apenas conocían por referencia de nombre y apellido, aquellos seres de fábula de los que sus hijos resultaban ser bisnietos, tataranietos o choznos en línea directa. Después de una primera charla con don Ildefonso Dávila del Bosque (QEPD) o con Chiquis, su asistente, cada día los veíamos llegar puntualmente en las mañanas, de lunes a viernes, con un sencillo cuaderno escolar, un lápiz con borrador o una pluma atómica para anotar los primigenios frutos de una indagación casi detectivesca en los distintos acervos del archivo municipal. “¿Cómo fue posible que esta acta y este plano jamás localizados entre los papeles que conservaba mi abuelo estuvieran esperándome aquí? ¡Es un milagro!” concluían entusiasmados después del primer hallazgo. Y al día siguiente llegaban puntuales y salían agotados, siempre a la última hora de la jornada diaria, portando un cuaderno enriquecido por datos antes ignorados que comentarían después ante todos los miembros de sus familias: ¿Sabías que un Aguirre fundador de la Villa de Santiago del Saltillo es nuestro remoto abuelo chozno?..
La curiosidad por el árbol familiar y sus múltiples ramas es la fecunda semilla de muchas vocaciones por la historiografía. El pasado del núcleo onomástico se torna de repente el más valioso y apreciable testamento: no venimos solamente de un accidente sentimental o erótico. Nuestros orígenes dan cuenta y luz del nombre conocido que nos identifica con aquellos desconocidos que anteriormente lo llevaron y que pudieron ser protagonistas de brillantes episodios históricos, de sencillos relatos familiares, apasionadas historias de amor y ¿por qué no? también de penosos acontecimientos y aun pecados pues, a fin de cuentas, todos fueron, todos somos, seres humanos y como bien decía Terencio y repetía San Agustín de Hipona: nada de lo humano nos puede ser ajeno. Los papeles hablan y dicen verdades, mas no las gritan a voz de cuello. Las descubre y escucha quien se interesa por ellas, se preocupa por encontrarlas en un simple periódico de época o en una ristra de fojas atadas, ya con un angosto listón de seda o un simple mecatito de ixtle. En los Archivos nos espera nuestra historia íntima y social con todas sus noticias. Y tanto más profundamente los penetremos con inocente o aviesa curiosidad, más historias y mayores novedades podremos encontrar para nuestro orgullo.
El rector de la Universidad Autónoma de Coahuila, Mario Ochoa Rivera, narró en la apertura inaugural que reseña esta columna aquello que soñaba, cuando estudiante, para hacer grande a la casa de estudios a la que asistía como alumno. Y cómo en los sueños veía crecer proyectos creativos que compartía con algunos compañeros de aula o de equipo deportivo. Intuía que el desarrollo de cualquier institución educativa sólo se logra con el trabajo en la academia, con la acuciosidad en la investigación, a través de cuidadosas lecturas y en la serena reflexión que arma y anima el entusiasmo en planes de trabajo: por lo tanto, cuando fue tiempo, Ochoa calibró la responsabilidad que se echaba a cuestas al hacer públicas sus aspiraciones de llegar a la Rectoría. Esta génesis tuvo un desarrollo paralelo en la Escuela Normal de Coahuila donde Humberto Moreira, hoy gobernador del Estado, también soñaba entonces cómo mejorar a su Estado y a su alma mater.
Esta Escuela de Historia que ahora inicia y un día podrá convertirse en Facultad, concluyo, fue generada por sueños de maestros como Carlos Valdés Dávila, por algunos funcionarios de la Universidad y por la plantilla de profesores que el martes 12 de agosto de este 2008 iniciaron la tarea de formar intelectualmente a quienes van a ser los detectives de nuestro pasado histórico. Que ello sea para bien de Coahuila y conocimiento e ilustración de los coahuilenses.