Noviembre se introdujo de puntitas para materializarse cualquier tarde entre nosotros sin sombra ni Sol, ni mariposas, ni abejas, ni frutos, ni pájaros, sólo con la hojarasca cubriendo de nostalgia las pocas calles donde todavía sobreviven -con las horas contadas- algunos árboles. Desprovisto de toda pretensión, el paisaje de esta capital es metáfora de nuestro clima emocional. Como todos los años en estas fechas, se han encendido ya las primeras luces navideñas, los pinos engalanados comienzan a guiñarnos el ojo tras las ventanas, y la ciudad florece en el rojo vibrante de las “noche-buenas”. Todo parece igual que otros años pero no es así, de algún modo se percibe que la alegría con que acostumbramos anticipar la Navidad, no acaba de prender. Las celebraciones anuales de los grandes corporativos que no han sido canceladas, amenazan con resultar austeras e insípidas y en el humor de la gente se refleja un cierto desencanto. Algo así como que ya lo hemos visto todo, y ahora, perdida la capacidad de asombro, lo único capaz de sorprendernos es la inclemencia del frío que padecemos.
Ante el destape en que nos sorprenden las gélidas mañanas con que el invierno anuncia su proximidad, reaccionamos como si se tratara de una ofensa personal. Nos deprimen las bajas temperaturas, especialmente si aparecen en medio del frío emocional que provocan las desalentadoras noticias sobre la debacle económica que nos persiguen en el auto y se meten hasta la cocina de la casa. En las reuniones sociales no se habla de otra cosa que de desempleo, inflación, deflación, devaluación y la verdad es que así las cosas, no hay cobija que caliente. Pero como dijo Albert Einstein: “Sólo hay dos formas de vivir la vida; una es pensar que nada es milagro, y la otra es pensar que todo es milagro”.
Ante estas dos alternativas, ambas con la misma posibilidad de equivocarnos, si usted elige la primera significa que en pleno uso de sus facultades, ha decidido ser un perfecto desgraciado; en cuyo caso le sugiero hacerlo con entusiasmo, mostrándose tan crítico, quejumbroso, irritable, desconfiado y descreído como pueda, para que de ese modo, contribuya a que su elección se cumpla debidamente.
Ahora que si usted opta por creer que todo es un milagro, entonces sea positivo y piense que las temporadas difíciles son propicias para poner a prueba a nuestras amistades. Sólo quedarán aquellas cuya solidaridad permanezca inmutable sin el glamour de los regalos espectaculares ni los abrazos etílicos que tan pródigamente se derrochan en esta temporada.
Propóngase generar con su actitud un clima sentimental propicio para el agradecimiento, ya que si bien hay demasiada gente en el mundo que no puede decir que posee todo lo que necesita, estoy segura de que usted que tiene este periódico en sus manos, y yo que puedo comunicarme con usted a través de este animal llamado pretenciosamente computadora, sí podemos decirlo y además, tenemos la certeza de que mientras sobrevivamos, podremos seguir sobrellevando las tribulaciones de la vida: narcos, diputados, cuñadas y hasta eventuales bancarrotas. Si optamos por creer que todo es un milagro, celebremos este próximo Día de Gracias que si bien no tiene nada que ver con la identidad mexicana, tampoco lo tienen las celebraciones de “jalogüín” Santa Clós, o el día de San Valentín, y sin embargo las hemos acogido con entusiasmo. Aquí no llegó el Mayflower ni nadie cazó un guajolote para celebrar la vida, pero muchos creemos en el milagro de poder resolver los montones de problemas que nos aquejan, y aunque sólo sea por nuestra fe inquebrantable, debemos celebrar con agradecimiento. adelace2@prodigy.net.mx