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Día de Luto

Viernes Santo | El tradicional vía crucis de San Agustín convoca a cientos

El Siglo de Durango

Los feligreses acudieron desde temprano para acompañar a Jesús durante las catorce estaciones que lo conducen a la muerte

Eran cerca de las 10:00 de la mañana y ya se empezaban a congregar los cientos de creyentes que acompañarían a Cristo en el Viacrucis. Alrededor del Templo de San Agustín varios puestos ofrecían fruta, agua fresca y demás antojitos a los asistentes. Mientras tanto, en el templo, el joven que representaría a Jesús se preparaba. Acomodaba sus ropas, la corona y rezaba. La escolta de romanos que lo custodiaría, formada por cuatro niños y cuatro adultos, ataviaba sus armaduras y cascos hechos con material reciclable.

Cerca de las 11:00 de la mañana cientos se concentraron en las afueras del templo. Personas de todas las edades y condición social por unos momentos hicieron de lado las diferencias para unirse en un solo sentir: El duelo por la muerte de Jesús.

Entre rezos y sollozos y bajo el inclemente sol, Cristo salió del templo custodiado por los guardias romanos. Su túnica blanca y sanguinolenta cubría su cuerpo, sus pies descalzos pisaban la tierra caliente. Su Viacrucis había comenzado.

El trayecto

Por un altavoz se anunció el inicio del Viacrucis, más personas se unieron a la multitud. Bajo las sombrillas multicolor, rostros de incertidumbre y de tristeza esperaban el momento de partir rumbo al Cerro del Calvario, para acompañar a Jesús durante el recorrido.

Al terminar la lectura bíblica de la primera estación, niños en los hombros de sus padres, personas de la tercera edad, jóvenes, adultos, hombres y mujeres se hicieron uno con Cristo y caminaron hacia la avenida 20 de Noviembre donde cientos ya esperaban el paso del Redentor.

En el rostro de Jesús se notaba la tristeza, pero sobre todo expresaba una mirada de incertidumbre y desconcierto. Su primera caída provocó sollozos entre la multitud. Mientras se levantaba, algunos rezaban y otros lo miraban con curiosidad de saber si se había lastimado realmente.

Mientras esperaban que terminara la lectura correspondiente a la estación, algunos compraban agua y bolis para mitigar la sed. Otros improvisaban sombreros con volantes y ejemplares de El Siglo para protegerse del sol, mientras otros muchos con sudaderas y suéteres se cubrían la cabeza y parte del rostro.

A pesar del intenso calor, todos los asistentes continuaron el recorrido por la avenida. Algunos apresuraban a los que caminaban al frente. “Rápido” decían unos, mientras que otros calmadamente respondían “No se presionen, todos vamos a llegar”. Los feligreses continuaban su camino, mientras que los acólitos de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús, ataviados con túnicas púrpuras, hacían una valla para guardar distancia entre el cortejo y los creyentes.

Cuesta arriba y con la cruz en la espalda, Jesús no podía más. Su rostro delataba el cansancio, pero su fe fue más grande y continuó. Después de varias caídas y golpes de los romanos llegó al Cerro del Calvario, en donde el Viacrucis llegaría a su fin.

En la cruz

Cientos de fieles ya lo esperaban en las gradas del teatro. Y en el escenario yacían las cuerdas que sostendrían la cruz durante la ejecución. Los soldados lo desnudaron y limpiaron sus rostros húmedos con la túnica de Jesús en tono burlesco, bajo las miradas sorprendidas de la multitud.

Lo recostaron en la cruz y simbólicamente comenzaron a clavar sus manos y pies a ella. Con las cuerdas, colgaron la cruz en los arcos de cantera del escenario. Jesús en la cruz, bajo el calor del astro rey, miraba a su alrededor y dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Por unos minutos los presentes permanecieron de rodillas a petición del padre oficiante. Rosarios y padres nuestros se escuchaban entre la multitud. Algunos permanecieron de pie pues ya no había lugar para arrodillarse y se mantuvieron atentos. Minutos después se dio la orden de bajar al Cristo y entregar el cuerpo a los deudos.

La retirada

Pasaba del mediodía y varios feligreses comenzaron a retirarse del lugar. Acudían a comprar agua fresca y frutas a los comerciantes que se encontraban alrededor. Otros permanecieron un momento más curiosos por lo que pasaría después.

Algunos niños hacían peguntas a sus padres: “¿Qué le pasó a Jesús?”. “Se murió”, contestaba su mamá mientras el niño le lanzaba una mirada incrédula y volteaba constantemente hacia el escenario para confirmarlo. “¿Y se va a ir al cielo?”, cuestionó el pequeño. “Sí. Se va al cielo”, respondió la señora con un suspiro.

Después de recibir la invitación a la celebración de una misa a las 5:00 de la tarde en el Templo de San Agustín, los presentes se retiraron. Mientras tanto, Alejandro, el joven que encarnó a Jesús en el Viacrucis, se vestía y le daba un beso en la frente a su pequeño hijo que yacía en los brazos de su madre, quien lanzaba una mirada orgullosa al Cristo.

La gente se retiró del lugar en pocos minutos. Algunos partieron al templo a consumir los alimentos que ahí se ofrecían. Así transcurrió el Viernes Santo, con un Viacrucis que ya es una tradición entre la comunidad, pero que sin embargo invita a la reflexión y a recordar el significado del sacrificio que hizo Jesús en la cruz por los hombres.

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