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Día de Muertos

El filósofo de Güémez

Ramón Durón Ruiz

Difícilmente podemos encontrar una celebración más llena de mexicanidad que el día de los muertos, una fecha en la que se olvidan los odios y los rencores quedan atrás.

El mexicano hace juegos malabares con la vida y hasta con la muerte, este 1 y 2 de noviembre llena los panteones con las flores multicolores del amor y del recuerdo, por todos lados destacan las coronas y los ramos de rosas, de cempoaxúchitl (flor de los 20 pétalos), gladiolos, margaritas, tulipanes, sabiendo que con sus flores dan la bienvenida al recuerdo, las flores blancas representan la plenitud del cielo, la amarilla la tierra y la morada el luto.

Flores que como Sol en plenitud, iluminan el recuerdo de nuestros seres idos, jubilosas como nuestras oraciones, plenas de vida como el amor a nuestros difuntos, flores también con un dejo de tristeza y melancolía.

En 2003, la UNESCO reconoció la festividad indígena del Día de Muertos, como una Obra Maestra del Patrimonio Oral de la Humanidad: “Una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo, y como una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país”.

El mexicano en esta fecha, saca a relucir su fiesta gastronómica, familias enteras disfrutan del exquisito mole negro, tamales, elotes, frutas, dulces, pan de muerto, rosca de la vida, pan cruzado, huesos de manteca y las maravillosas calaveritas de azúcar, dulce en forma de calavera entre otros, que comparten con sus muertos justo sobre su tumba, escuchando la música mexicana al calor de unos tequilas.

En esta celebración importante para los mexicanos, en canciones, narraciones tradicionales y cuentos populares aparece la muerte, la flaca, la parca, la fría, la huesuda, la calaca… quien nos hace reunirnos año con año. En el refranero mexicano podemos encontrar las siguientes consejas: “Al fin que para morir nacimos”, “A mí las calaveras me pelan los dientes”, “Cayendo el muerto y soltando el llanto”, “De limpios y tragones están llenos los panteones”, “El muerto a la sepultura y el vivo a la travesura”.

Pero la verdad es que cuando “La Huesuda” viene a ajustarnos cuentas, no hay quien escape.

Cada 1 y 2 de noviembre los mexicanos –con una puntualidad religiosa– llegamos fieles a la cita con el recuerdo –el nuestro, el de la familia– a limpiar la tumba de nuestros santos difuntos, adornarlas, elevar nuestras oraciones a nuestros seres queridos, que llenaron nuestro mundo de luz y que con su partida se llevaron mucho de nosotros.

Esta fecha es propicia para que el mexicano juegue de manera graciosa con la palabra, dando rienda suelta a su graciosa imaginación y vena literaria a través de sus festivas calaveras, dedicadas a personajes vivos a quienes se hacen con la intención, las más de las veces, de hacer una broma pública, homenajear o rendir público reconocimiento, así lo hace Pablo Yepez López, para mi estimado Maestro y amigo Armando Fuentes Aguirre “Catón”.

La muerte llegó a Saltillo / armó revuelo mayor / y, a su hijo consentido / al panteón se lo llevó, el pueblo está muy dolido / porque se lleva a “Catón”

Rosili, Pirulina y Babalucas / a la pelona rogaban / te equivocas, no es el que buscas / el Señor Pérez gritaba / y Susiflor con bazooka / a la muerte amenazaba

Cómo no van a llorarle / se fue su joya mayor / Maestro, cronista, / columnistas y escritor / relator y periodista / todo lo hizo el señor

El dolor es muy intenso / murió un valor nacional / ente de gran universo / la muerte vino a llevar / Armando Fuentes Aguirre / al panteón fue a descansar.

filosofo2006@prodigy.net.mx

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