Todos los candidatos al Congreso Local, se encuentran ahora velando armas, en previsión de las votaciones de mañana.
Las nuevas reglas electorales han generado que las campañas sean poco perceptibles a los ojos del ciudadano común, pero aún así, cada cual confía en el triunfo de su candidatura.
Nunca han resultado fáciles las campañas a diputados locales, sobre todo, porque los candidatos tienen poco qué ofrecer a la ciudadanía y algunos de ellos ni siquiera tienen claro cuál va a ser su función.
Los hay que llegan al extremo de ofertar la realización de obras públicas, cuando su función no sería ésa en caso de ganar. Luego, por eso, el ciudadano común, afirma que “el diputado no hizo nada por el distrito”.
Son varios los factores que inciden en el triunfo o la derrota de un candidato a un cargo de elección popular.
En primer término, la personalidad del candidato, su trayectoria y la forma en que es percibido por el electorado.
Podría pensarse que el ciudadano común, no se da cuenta cuando alguien finge sensibilidad política, pero no es así. La gente percibe una buena o una mala intención y eso va formando la opinión del elector para saber si puede o no confiar en aquella persona.
Lo odioso o antipático no se puede ocultar.
Otro aspecto importante es la oferta que hace el candidato, que debe ser creíble y factible. Hay propuestas increíbles o inalcanzables.
En ese sentido, es posible ofertar, por ejemplo, endurecer las penas a los delincuentes y otra muy distinta decir que “se va a legislar para que se acabe la inseguridad”.
La inseguridad que puede imperar en una sociedad no se resuelve por decreto.
Por eso los partidos suelen uniformar las propuestas de sus candidatos, a fin de evitar que cada cual diga lo que se le venga en gana; y establecer así una estrategia uniforme.
Otro aspecto igualmente importante es la imagen que el partido tenga a los ojos del ciudadano, en el caso de una elección concreta. A veces el partido tiene una imagen de belicoso o ineficiente y esa carga pesará de manera significativa sobre los candidatos.
Cuando los miembros de un partido hacen bien su trabajo, eso beneficia a sus correligionarios y a la inversa.
Cuando lo han hecho mal, el pueblo les cobra a todos la ineficiencia de los otros.
Las cualidades personales, la oferta política y los antecedentes del partido, son factores que se conjugan para ganar o perder una elección.
Ese fenómeno lo veremos concretarse el día de mañana cuando el pueblo salga a votar.
Este día será determinante la movilización de los operadores políticos, pues en las campañas, todo es perfectible, menos la movilización del día de la elección.
Si durante el proceso hubo un acto poco concurrido o en el que falló el sonido, así como el tipo de discurso del candidato, esas cosas se pueden corregir en los subsecuentes.
Pero si falla la movilización el día de la votación, no hay más allá, ahí se concreta el fracaso.
Es cierto que al través de las encuestas se pueden hacer prospecciones más o menos confiables de los resultados finales, pero al fin de cuentas, como se suele afirmar, la encuesta más efectiva es la que se realiza el día de la jornada al contar los votos.
En las campañas del noventa y nueve, a la mitad de éstas, el PRI ya sabía que tenía ganada la gubernatura del estado, pero estaba en duda el resultado en materia de diputados locales y ayuntamientos.
Al final de aquel día 26 de septiembre, el resultado fue contundente, el PRI ganaba: Una gubernatura, treinta y cinco municipios (de treinta y ocho) y diecinueve diputaciones (de veinte).
No era un carro completo, pero sí uno de lujo, puesto que el PRI había contendido contra la coalición de partidos más amplia que jamás se había formado en la historia del país.
La semana entrante tendremos elementos concretos como para comentar los resultados de estas elecciones y hacia dónde apunta la próxima Legislatura de Coahuila.
Pro lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano”.