La semana pasada, el Gobierno Federal le ofreció un diálogo condicionado a uno de los más importantes movimientos político-militares que sobreviven en este país, el llamado Ejército Popular Revolucionario.
Éste se hizo notar el año pasado por una serie de sabotajes a instalaciones petroleras y eléctricas. De esa manera tan patriota, dañando los intereses de la nación y dejando a oscuras y sin jornal de trabajo a millares de pobres, el EPR protestó porque, según ellos, dos de sus militantes siguen desaparecidos por las fuerzas del Gobierno Federal.
Y ahora, sin decir agua va, el niño Mouriño le tendió la mano a esa agrupación. Aunque, como resulta usual, con una serie de condiciones por delante. Y con el aval de un grupo de testigos que forman parte del mundo intelectual y académico, para que no digan que a Chuchita la bolsearon.
Algunos se quejan de que el Gobierno vaya a sentarse a dialogar con delincuentes. Según esta visión de línea dura, el EPR es un grupo criminal, con el que no se debe platicar, sino que habría que aplastarlo cuanto antes y con la mayor firmeza que sea posible. ¿Por qué habría de darse un diálogo con quienes han matado soldados y marinos, y le han declarado la guerra al Estado mexicano?, preguntan quienes no pueden tragar que haya guerrilleros en México en pleno siglo XXI.
Por otro lado, no falta quien diga que un proceso semejante no es inédito ni carece de antecedentes. Ahí están, por ejemplo, las negociaciones de San Andrés Larráinzar con el llamado Ejército Zapatista. Ya sabemos que todo el asunto resultó un show, el Subcomandante Marcos resultó a la postre un patético bufón, y las condiciones de los indígenas chiapanecos siguen igual o están peor que en 1994. Pero de que hubo diálogo con los encapuchados, lo hubo.
Además, la historia enseña que una guerrilla como la del EPR difícilmente puede ser aniquilada por medios militares. Básicamente, porque si no se modifican las condiciones sociopolíticas que le dan origen, entonces el movimiento va a continuar revitalizándose. Aquí no se trata de que “muerto el perro, se acabó la rabia”. Más bien habría que pensar en una hidra a la que le brotan nuevas cabezas cada vez que se corta una.
Y es que las condiciones de marginación, explotación y miseria que se dan en muchas regiones de México ahí siguen, como cuando Lucio Cabañas y Genaro Vázquez tomaron las armas hace 40 años. Mientras no se combata efectivamente a la marginación, la discriminación y el racismo que sufren millones de mexicanos, el EPR o cualquiera otra organización por el estilo seguirán existiendo. Nos guste o no. Como que es cuestión de ampliar miras y ser realistas.
Ahora, que con el diálogo se consiga algo, lo dudamos. Cada bando parece tener demasiado bien puestos los lentes oscuros ideológicos. Pero en fin, ya veremos.