Hay algunas actividades de cuya existencia sólo conocemos a partir de las películas y la televisión. Por ejemplo, a los herreros de fragua, yunque y martillo los hemos visto únicamente en las películas situadas en la Edad Media o las series de TV sobre Robin Hood. Como la digna profesión del panzón con un tambor que marca el ritmo en los barcos de remos, al parecer no se halla actualmente en ninguna categoría contractual de la muy inútil y retrógrada Ley Federal del Trabajo.
Otra profesión que uno pensaría ya extinta es la de pirata. Se creería que los colegas de Johnny Depp (aunque sin tanto maquillaje) habían pasado a la historia con todo y parche, perico y pata de palo. Pero no. La piratería en alta mar (como la de los changarros que pululan en el primitivo centro de Torreón) sigue vivita y coleando.
Claro que ahora no usan galeones sino lanchas rápidas; ni cañones, sino RPG’s (granadas autopropulsadas) y AK-47’s “aleta de tiburón” (en el mar no hay chivos ni cuernos de ídem). Pero sus tropelías siguen el mismo patrón que las de sus antepasados del Siglo XVIII: localizar en aguas azules un barco desarmado, asaltarlo gandallamente, tomar prisionera a la tripulación, y una de dos: robarse el cargamento, o pedir rescate por la nave y sus tripulantes.
Hay tres zonas piráticas fundamentales en este malhadado Siglo XXI: el Golfo de Guinea, enfrente de Nigeria; los estrechos de Malaca, en donde campeara por sus fueros Sandokan, “el Tigre de la Malasia” (en nuestras lecturas infantiles); y la costa de Somalia, aprovechando que en ese lugar no ha habido un Gobierno digno de ese nombre desde 1991.
Y fueron somalíes los piratas que, la semana pasada, se sacaron sorpresivamente el “gordo” de la lotería: asaltaron un carguero ucraniano cuya carga consistía en ¡33 tanques T-72!, con todo incluido: refacciones, gasolina, municiones, engomado, tarjetón y cooperación “voluntaria” para el DIF y los bomberos.
Por supuesto, que esos rufianes le echen mano a ferretería tan letal y sofisticada no es cualquier cosa. Imagínense lo que ese cargamento vale en el mercado negro de armas. Y lo que podrían hacer esos mastodontes blindados en caso de caer en malas manos.
Por otro lado, siempre cabe la posibilidad que los piratas sencillamente no sepan ni qué hacer con semejante cargamento. Digo, un T-72 no es fácil de manejar ni esconder. Ni modo de venderlo en un tianguis de Mogadiscio…
Total, que la inseguridad, como podemos ver, alcanza lugares y situaciones muy remotos… y extraños. Y los piratas ahí siguen, como en tiempos de Barbanegra.