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DIOSITO, AHÍ TE ENCARGO...

Gaby Vargas

“Hay sólo dos maneras de vivir tu vida. Una es como si nada fuera un milagro. La otra es como si todo lo fuera”. Albert Einstein.

“‘Diosito, ahí te encargo. Estoy haciendo esto por Ti, así que a ver cómo le haces, pero mañana necesitamos pagar la nómina de APAC y no tenemos un quinto’. Eso le dije a Dios mil veces por las noches. Y dormía muy tranquila porque sabía que, de alguna manera, Él siempre nos ayudaría”, divertida, me contaba Carmelina Ortiz Monasterio, con esa mirada que transmitía paz.

Y lo increíble es que al día siguiente el dinero “aparecía” de alguna manera. Por ejemplo, le notificaban del banco que un señor había fallecido y dejado su herencia para APAC (Asociación Pro Personas con Parálisis Cerebral). O bien, le avisaban que un donativo se había logrado después de meses de haberlo trabajado. Su fe era contagiosa, muy efectiva y envidiable. Estar junto a Carmelina era sentir esa “protección divina”. Su decir, actuar y hacer era una constante manifestación de fe en la bondad de las personas. Y en el plano terrestre, imposible negarle algo. “Al fin que no pido para mí, Gaby, así que ¿cuál pena? Tú pide”, me decía al pasarme la estafeta. Mira, le haces un favor a la gente, ya que les das la oportunidad de dar; y se van a sentir muy bien”.

A Carmelina no se le atoraba nada. Gracias a ella, esta maravillosa obra cumple treinta y ocho años y se ha extendido a casi todo el país. Qué cierta es aquella frase de que “A lo largo de la vida, hay que repartir invitaciones a nuestro funeral”. Al ver a tanta y a tanta gente conmovida por su muerte, me pregunto: ¿Por qué Carmelina logró cautivar el corazón de todos nosotros? La respuesta es muy sencilla: tenía luz. Una luz que supo compartir y repartir a todas las personas que la conocimos. Al pensar en ella de inmediato viene a la mente el trabajo incansable por las personas con discapacidad, la palabra amable, el detalle oportuno, la cartita de su puño y letra, la visión positiva, la sonrisa de corazón, en fin...

La vida de Carmelina me recuerda la filosofía de los egipcios. Al ver que la propia muerte se acerca, se hacen dos preguntas, para comprobar si han cumplido con su misión en este mundo. La primera es, “¿Encontraste la felicidad?”, y la segunda, que me parece confrontante, “¿Fuiste fuente de felicidad para otros?”.

Es posible que muchos no podamos responder con seguridad a la segunda pregunta. Sin embargo, Carmelina sale más que airosa de las dos. Amiga, esposa, madre y abuela feliz. Y ser feliz no es carecer de problemas. En su vida tuvo muchos: el más arduo, una hija con parálisis cerebral que se convierte en bendición para toda la familia y motor para entregarse a los demás. Para Carmelina, ser feliz era conseguir que esos problemas no anularan la alegría del alma y, así, poder dársela a los demás, ya que la luz sólo es luz cuando es repartida y compartida.

Sin duda, en el mundo hay personas especiales. Mientras, con dolor, escucho la misa de cuerpo presente, pienso en cómo aún Carmelina me sigue enseñando algo. ¿Por qué lloramos a una persona cuando se va? Me doy cuenta que sólo lloramos a quienes con sus obras dejaron este mundo mejor. Lloramos a quienes directa o indirectamente hicieron algo por nosotros. Lloramos a quienes nos dejaron una lección de vida. Lloramos a quienes nos dieron amor. Y de inmediato aparece el propio cuestionamiento. Los propósitos se reanudan.

Por todo lo anterior, querida Carmelina, miles de personas te damos las gracias. Tu ausencia, empobrece en algo al mundo. Diosito, ahí te la encargo...

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