“Pensar es el trabajo más difícil que existe. Quizá sea esta la razón por la que hay tan pocas personas que lo practican.” La frase es de Henry Ford. Y estoy en desacuerdo con ella.
Pensar no es difícil. Pero no hacerlo siempre resultara más cómodo, por lo menos en el corto plazo. Paradójicamente, nuestro cerebro también está diseñado para reconocer patrones y elaborar rutinas. Así logramos ponernos los calcetines o incluso conducir, “sin pensar” en ello.
Pero también exageramos. Nuestra región y nuestros desafíos merecen nuevas reflexiones. Más allá de dogmas y falacias.
Para empezar conviene trascender el chip binario. Ese que nos remite a clasificar automáticamente todo en “bueno” o “malo”. El mundo no es una telenovela de pobres contra millonetas; patriotas contra vende patrias, legítimos contra espurios, y fumadores obsesivos contra ambientalistas compulsivos.
Una falacia es el reduccionismo, o la ausencia de pensamiento sistémico dirían otros. Algo que funciona junto nunca podría entenderse analizado por separado. Es el viejo chiste escatológico donde secciones del cuerpo humano discuten cual es la mas importante. Obviamente una discusión tan absurda como inverosímil.
Otra es la llamada falacia de la composición. Pensar que lo que es cierto para una parte es cierto para el todo; y viceversa, lo que es cierto para el todo es cierto para las partes.
Baste un ejemplo. Piense usted en la afirmación “La velocidad mata”, y su implicación: ir más despacio salva vidas. Eso es cierto si todo el tráfico en alguna autopista se desplaza a menor velocidad. Pero totalmente falso cuando alguien en plena avenida Constitución en Monterrey se “arriesga” conduciendo a 50 kilómetros por hora.
Una más. La falacia “Post hoc”. El error al razonar que un suceso es causa de otro, simplemente porque ocurrió antes. Suponga un visitante marciano que observa la fiebre de compras decembrina. Después, en la Nochebuena observa también personas festejando e intercambiando regalos. Para el extraterrestre, las compras “causan” la navidad.
Quizás por ello; algunos afirman que ciertas teorías económicas no pueden ser en este mundo. Y no lo son. Porque muchas solamente son modelos conceptuales con utilidad acotada por su condición de herramientas metodológicas, y cuya aplicación siempre debiera ser contextualizada.
Estos modelos son utilizados con ligereza fuera del círculo de economistas profesionales, y se han convertido en peligrosos dogmas, argumentos facilones para opinadores todologos, y hasta profecías autorrealizables en nuestro entorno social.
¿Casos? Aquí algunos:
1.- Afirmar que todo intercambio social puede y debe entenderse como un intercambio de mercado. Si eso fuera, ¿Por qué adicional a las remesas, México no recibe una compensación por la educación que aquí se paga, y que el sistema laboral estadounidense capitaliza?
2.- Creer que invariablemente los individuos están movidos por los intereses propios y propensos a aprovecharse de los esfuerzos de otros. Entonces ¿Por qué los padres criamos hijos sin calcular algún retorno monetario sobre la inversión?
3.- Pensar que la competencia es el estado natural e incluso el mas deseable en las relaciones sociales porque siempre incentivara la productividad. Entonces, ¿Porque los restaurantes donde la atención es mejor, cuentan con un sistema de propinas colectivas para sus meseros?
4.- Creer que los problemas socio-políticos pueden resolverse a nivel personal, porque las instituciones son simples agregados de preferencias y capacidades individuales. Aquí cabe ya cuestionar la utilidad de consultas, marchas, mítines, bloqueos, y pancartas. Donde muchos, todos, y cada grupo, grupito, y grupúsculo exige a otros. El terrorífico síndrome de todos contra todos.
5.- Pensar que democracia y transparencia siendo indispensables, serán suficientes. La democracia no quita el hambre, y la transparencia puede derivar en cinismo.
