Vuoso pedía a su afición que los alentara y los llevara al frente para poder alcanzar el empete global para avanzar. (Fotografías de Ángel Padilla y Jesús Galindo López)
¡Yo voy a ser campeón! Ahora cada lagunero lo cree más firmemente y repite sin dudar “yo también”. Y es que el sonido de los cláxones nunca había sido tan fuerte y tan constante. El verdiblanco inundó por completo La Laguna desde la salida del Estadio Corona y hasta cada uno de los rincones de Torreón, Gómez, Lerdo y sus alrededores. La euforia se apoderó de chicos y grandes dentro y fuera de las casas, restaurantes, centros comerciales y, por supuesto, de los coches.
Porque las calles de Torreón se desbordaron de júbilo desde el momento en que Fernando Arce rompió las redes del Monterrey para darle al Santos el tan anhelado pase a la final. “Ahora sí vamos a ser campeones”, “sí se puede Guerreros”, “por el campeonato”. Autos, camionetas y camiones pronto se pintaron con las diferentes leyendas que improvisados aficionados ofrecían al paso, casi todos con banderas al vuelo.
Paciencia y mucha pericia tuvieron que sortear los conductores para no pegarle al de adelante y para zafarse del de atrás, ante la fila interminable por todo el bulevar Ávila Camacho, desde donde se abría paso el contingente de aficionados santistas para celebrar. Como siempre, la Alameda, la avenida Morelos y el Paseo de la Rosita fueron el centro de los festejos, pero en cada esquina no faltó quien gritara “Santos, Santos, Santos”.
Muñecos de peluche, perros y hasta gatos vistieron la casaca del equipo de casa, al igual que cientos y miles de laguneros que con orgullo portaban los colores verde y blanco con los números 30, 10, 11, 7 y sin faltar el 1 de Oswaldo Sánchez. Hasta las más grandes de la casa se unieron a la algarabía, sacaron sus sillas y desde ahí lanzaban gritos de apoyo seguidos por todo el que cruzara en su camino.
Pequeñitos se hacían entender en sus primeros balbuceos, sin saber bien a bien lo que estaba pasando pero gritando sin cesar “duro, duro, duro”. Sin medir el peligro, chicos y grandes treparon a la parte trasera de camionetas o al techo de autos y autobuses para desde las alturas entonar los cánticos santistas, interrumpidos una que otra vez por la Filomena en banda o el himno guerrero cumbianchero que algún conductor llevaba a todo volumen.
La estrella que tanto desean los aficionados se sume al uniforme verdiblanco adornó por igual carros, casas y las mejillas sonrientes de quienes fueron desde más temprano a la tienda de autoservicio para que se las pintaran de a gratis.
Difícilmente hubo quien no se contagiara de la pasión santista, porque la vehemencia con que la afición salió a las calles no tuvo límites. Por los camellones centrales corrían los grupos de aficionados, mientras otros querían inmortalizar el momento en sus celulares y unos más admiraban toda la acción desde los puentes peatonales que en otro momento no usarían.
Todo mundo comentaba los pormenores del partido: que si Vuoso “ya los traía”, que si Ludueña se había lucido, que si el “Guti” corría como loco... porque al final la gente ya no se acordaba si su equipo había fallado o no, sólo tenía en la mente el preciso instante en que el balón atravesó el marco de los Rayados. Es más, muchos hasta se preguntaban quién había sido el autor, porque en la emoción del momento ya ni supieron. En la salida a Matamoros muchos esperaron para dar una despedida de rechiflas a los aficionados regios, más convencidos que nunca de convertirse en campeones y sin parar de repetir “ya acabamos con Rayados, ahora sigue el Cruz Azul”.