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Doña Amalia

PLAZA PÚBLICA

Miguel Ángel Granados Chapa

Treinta y ocho años y dos meses sobrevivió doña Amalia al general Lázaro Cárdenas. Él murió el 19 de octubre de 1970 y ella el 13 de diciembre de 2008. En el prolongado tramo de su viudez, doña Amalia Solórzano, llamada Mamu en la confianza familiar, ejerció con dignidad la responsabilidad histórica que significó ser la esposa del presidente más arraigado en la sensibilidad popular, y también hizo valer su propia presencia. No en balde unos días antes de su fallecimiento había encabezado la lista de los 15 consejeros eméritos que por su trayectoria forman parte del consejo nacional del Partido de la Revolución Democrática.

En ese lapso, tanto como ocurrió en vida del General (como por antonomasia se llama a Cárdenas) doña Amalia expresó de palabra y obra vivo interés por los pueblos indígenas. Cuando el primero de enero de 1994 brotó la insurgencia armada zapatista, ella se afanó primero por comprender los alcances y el sentido de la rebelión, luego se unió al esfuerzo de lograr entre los alzados y el Gobierno una paz digna, y después fue llamada a tener una colaboración activa en ese propósito cuando se la invitó a participar en la Cosever (Comisión de seguimiento y verificación de los acuerdos de San Andrés) que a fines de 1996 pretendió sin éxito que se pusieran en práctica los resultados del diálogo entre el zapatismo armado y el Gobierno de Zedillo, que en un ejemplo típico del doble lenguaje utilizado por los líderes de la sociedad mestiza ante los pueblos indígenas los incumpliría sin rubor alguno.

Meses atrás, en febrero, el subcomandante Marcos había escrito a la viuda de Cárdenas “para hacerle a usted la invitación de que, alguna tarde amable, se diera tiempo y modo de llegarse hasta nosotros, y poder escucharla y escucharnos, y poder encontrarnos… que usted nos hablara un poco de esa fuerza que la hace y la llena. Para eso, para encontrarnos, quisiera invitarla y, como es evidente, no sé cómo… Vale. Salud y, no se crea, mi General tiene todavía muchas cosas que ver en nosotros… y en el nosotros”. En una segunda carta, del 21 de marzo, el líder insurgente se refirió, en términos que pueden corresponder al día de hoy, al propósito de un grupo de ciudadanos que mediante una colecta nacional buscaban “rescatar la industria petrolera de las manos de quienes dar marcha atrás en la historia y entregarla (la industria y la historia) a manos extranjeras”. El subcomandante explicó que “a pesar de la hambruna que nos amenaza para los meses siguientes”, los jefes zapatistas “me han ordenado que disponga de la cantidad de tres mil pesos del fondo de resistencia, para destinarlos a apoyar esa acción patriota. Ignoro quiénes son los encargados de administrar lo que se recabe. Por eso le estoy pidiendo a usted que por favor reciba la cantidad citada y la haga llegar a quienes se encarguen de esto. Estamos seguros de que en manos de usted, o de quien usted confíe, nuestra pequeña colaboración será bien empleada… Salud, y que la historia pasada nos ayude a conquistar la futura”.

El 30 de marzo doña Amalia acusó recibo de la carta y de la aportación zapatista que “entregaré a la tesorería del Comité pro Petroquímica para México, que está por formalizar su constitución en unos cuantos días… Agradezco, creo poder hacerlo así, en nombre de los mexicanos patriotas que vemos hoy en la defensa de la petroquímica la defensa de nuestra independencia económica, su colaboración a este esfuerzo que, estoy cierta, efectúan en condiciones de sacrificio extremo, ante la amenaza de la hambruna y cuando todo tipo de carencias -alimentos, medicinas, ropa, trabajo e ingresos- golpea severamente a las comunidades de la montaña del Sureste donde ustedes se encuentran… firmemente deseo que pronto puedan concluirse las negociaciones de una paz digna, que sea el principio de un nuevo florecimiento de la región y del país entero, y estoy segura de que el sacrificio que hacen al enviar esta contribución a la defensa de la petroquímica lo ve el pueblo mexicano como una muestra de la solidaridad de los zapatistas de la selva chiapaneca con las grandes causas de nuestra nación… Espero pronto haya condiciones para poder expresarles este agradecimiento de manera personal. Reciba, mientras tanto, mi afecto y mi cálida amistad”.

El encuentro personal se produjo en noviembre siguiente, al ser instalada la Cosever: “cuando Marcos pasó cerca de nosotros -escribió doña Amalia-hizo un alto, se separó del enjambre y con una sonrisa franca se dirigió hacia mí. Lo ví muy delgado, aunque fuerte, con ojeras de no haber dormido lo suficiente…”.

Se encontraron de nuevo en febrero de 2001, en el congreso indigenista de Nurío, uno de los momentos culminantes de la Caravana por la dignidad indígena. Doña Amalia participó en ese congreso “porque desde hace varios años he apoyado en lo que puedo a los indígenas mexicanos, pero también porque sentí que mi participación significaría algo para mucha gente que estaría en ese encuentro, pues es una presencia que quiero guardar para el General. Me acordé que fue precisamente en tierras michoacanas donde se llevó a cabo un congreso sobre el tema indígena durante el último año de su Presidencia… Fue para él un momento decisivo, importantísimo, porque allí recogió sentimientos y conceptos de los pueblos indios de México y de otros países de América Latina”.

(Las citas proceden de Estampas para el recuerdo. Los caminos indígenas de doña Amalia, escrito por ella misma y Julio Moguel)

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