Nunca he sentido el impulso lúdico para acudir a los juegos de apuesta que se celebran en el estado americano de Nevada. No se ha apoderado de mí el dios Birján tratando de seducirme con la ilusión de obtener la multiplicación de mi dinero en las mesas donde se juega al bacará. En los primeros años de mi vida acudí a una feria de las de antaño donde veía con ojos de azorado las manos que se movían como rehilete encima de una mesa moviendo tres medias cáscaras de nuez de castilla, de un lado a otro, en cuyo interior una pequeña esfera era arrastrada con tal velocidad y destreza que si paraba el crupier callejero preguntando dónde había quedado, no atinaba el cliente ocasional en cuál de ellas. O si hacía con cierta lentitud el pase de la bolita, previa apuesta, levantando una de las cubiertas, que señalaba el cliente, como por obra de magia la ojiva estaba vacía. Claro es que era un truco –las manos son más rápidas que la vista- en que se trataba de quitarle el dinero del envite.
No digo que estas marrullerías se hagan en los grandes casinos. Las probabilidades suelen estar a favor del dueño del garito, por lo que no necesariamente se vea en el apuro de hacer trampa. El juego de: ¿Dónde quedó a bolita?, es de niños comparado con las sumas que se juegan hoy en día en esos antros del vicio. Se les hace gran promoción, con grandes instalaciones y eventos de luz y sonido espectaculares. Los jugadores compulsivos corren al lugar como abejas a un rico panal. A pesar de que se encuentra en medio del desierto, con una temperatura agobiante, los casinos y hoteles cuentan con un ambiente confortable. Todo hecho para que el visitante goce la vida. Es obvio que hay que pagar por ello. Es un centro de diversión para los que tienen dinero y no les importa gastarlo. Acuden con familiares o bien solos. Son muchas las películas que se sirven de las lujosas instalaciones que le han dado fama y prestancia al lugar.
Es evidente que si se trata de dinero, acudan personajes de dudosa reputación. Así vimos en la televisión al tesorero del Gobierno de la Ciudad de México que dadas sus visitas frecuentes recibía un trato preferencial. El jefe de Gobierno en ese entonces lo era Andrés Manuel López Obrador. Lo que da pie a pensar que toda clase de personas acude a gastar hasta los que lo han obtenido en base a sus fechorías públicas y privadas. La caterva de amantes de las emociones fuertes acude, desde políticos de países en los que sus autoridades se permiten actuar con manga-ancha perdonando los pecados de delincuentes de cuello blanco, hasta viciosos cuyas fortunas se han acumulado con el auxilio de los que gobiernan. El flujo de jugadores no ha decaído a pesar de que se han abierto casas de juego, aquí en nuestro país, donde las más empedernidas jugadoras son las amas de casa.
Una foto en la que aparece un líder petrolero, con camisola y cachucha, esta última con el logo de un equipo de beisbol que juega en Nueva York y sosteniendo con la mano derecha lo que parece un portafolio, con celular que cubre parte de su rostro nos dio la pauta para ocuparnos del asunto. No es un dirigente sindical cualquiera, lo es de un poderoso sindicato nacional cuya empresa festejaba este fin de semana el Día del Trabajo recordando a los Mártires de Chicago. Desde luego, no queremos referirnos a si apostó o no en las mesas de tapete verde, tampoco a aquel asunto de los dineros que recibió cierto partido para una campaña de un candidato a la Presidencia de la República, lo que es res iudicata. Nada que tenga que ver con las cuotas gremiales.
Nada acerca de la privatización de la empresa cuyo sindicato preside. Si hubiéramos estado a su regreso, en alguna sala del aeropuerto, después de un breve aplauso lo felicitaríamos por su regreso a un país que es casi un paraíso.