El 2 de octubre, aniversario de Mahatma Gandhi, se ha convertido por un significativo consenso internacional en el Día Mundial de la Paz.
La violencia que se está viviendo en muchos países hace particularmente importante que se recuerde con esta fecha la urgencia de buscar en ideales superiores la inspiración que contrarresta la obsesión por expresar con la fuerza de las armas y de los explosivos la inconformidad social.
Para México el 2 de octubre cobra una importancia especial para recordar los extremos de muerte a que puede llegarse cuando la represión oficial sustituye el diálogo. El drama de Tlaltelolco de hace cuarenta años se revive en la memoria de los que nos tocó vivirlo, aunque fuera como simples observadores, y para los que nacieron después, llega, aun pasadas las décadas, como inequívoca lección.
Las tensiones nacidas de la desigualdad y falta de oportunidades que explicaron la explosión juvenil en México, se dieron a la vez en Europa y Estados Unidos. Demandas desatendidas y no tomadas en cuenta en las decisiones de los gobiernos sobre el curso del desarrollo nacional, fueron brutalmente acalladas en los eventos que marcaron 1968 como un histórico parteaguas. Las cosas nunca serían iguales ni en México ni en el resto del mundo.
A partir de entonces los gobiernos represivos entendieron la necesidad de abrir sus canales de comunicación y sus sistemas electorales para dar cabida a la modernización y a la participación democrática. La evolución ha sido lenta para todas las partes. La autoridad, en admitir que por encima de su visión está inevitablemente el consenso que se requiere para que sus políticas puedan aplicarse y ser efectivas. Para la disidencia, la necesidad de contribuir con sus propuestas a la reforma de las estructuras y de la operación de la política.
Este proceso lo hemos visto en México en términos de la confirmación de la democracia electoral. El proceso tiene que seguir hacia la democracia participativa a fin de alcanzar la democracia social.
El camino es difícil y compromete a todas las partes por igual. Así lo entiende la opinión mayoritaria del país que aspira a progresar individual y comunitariamente dentro de un clima de respeto y de igualdad de oportunidades para el mejoramiento personal y familiar.
Desgraciadamente aún hoy existen algunas voces que se empecinan en descarrilar un proceso de por sí delicado que requiere de consensos y no de enfrentamientos y mucho menos, de violencias que retrasan y bloquean el avance. Los recursos que utilizan se basan en odios y llegan hasta sembrar muerte a inocentes. El fanatismo que los impulsa no tiene que ser religioso como a veces se interpreta este término. La intolerancia política traba el diálogo e impide que la comunidad resuelva racionalmente sus problemas y los retos que a cada momento se le presentan en un mundo cada vez más dinámico. Mientras así se derrota la razón, sucumben las soluciones que urgen para mejorar niveles de vida a través de educación, salud y empleo.
El drama sigue presentándose con hechos sangrientos en todo el mundo. Violencia, atentados, terrorismo son los instrumentos de que se valen intereses dirigidos a impedir la acción comunitaria hacia un progreso consensuado. Así pretenden conquistar a cualquier costo, los espacios de poder, sin importar sembrar sufrimientos y destrucción de lo ya avanzado.
Aquí en la India en estos días han vuelto a presentarse hechos violentos en mercados y templos. Sigue así el sacrificio de inocentes, pero el desarrollo general del país no se detiene, porque en último término se sabe, como también lo sabemos en México, que el esfuerzo colectivo es el que acaba por imponerse por encima de los que le apuestan a la confusión y al caos.
Nueva Delhi, 2 de octubre, 2008.
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