En la sobremesa, seis amigos bajo la luz de la luna y con la iluminación de una vela, disfrutamos de la compañía y la amistad. Gabriel hace un comentario que queda suspendido en el aire y me impacta, me admira y me deja pensando sin poder escuchar más el resto de la conversación que se sobrepone y se desvía hacia otro lado.
“Cuando supimos que a Estelita (su esposa), le diagnosticaron cáncer en los huesos y después en el seno”, comenta Gabriel, “y que su pronóstico de vida sería de cinco años, yo estaba en mi mejor momento profesional. Tenía una oferta de la empresa para dirigir todo en América Latina. Estaba contento, realizado, viajaba mucho y tenía una gran organización a mi cargo. Pero un día, después de algunos años de tratamiento, me hice dos preguntas que me llevaron a cambiar mi vida por completo: 1) ¿Qué es lo más importante para mí? y 2) ¿Qué estoy haciendo al respecto?
“Las respuestas me hicieron tomar una decisión que jamás hubiera imaginado que tomaría: renunciar a la empresa y dedicarme a disfrutar a mi esposa y a mis tres hijos. Así, con la liquidación pudimos comprar un pequeño barco y me dedico a ser congruente con lo que en realidad es importante. Sigo trabajando, pero en otra cosa menos demandante, que me permite ser dueño de mi tiempo”.
Escuchar y ser testigo de la congruencia de Gabriel, me hace pensar en ese afán que tenemos, tengo, de correr todo el día sin preguntarnos bien “¿A dónde vamos? ¿Qué queremos?” O “¿De qué huimos?” Cada vez hacemos más cosas y encontramos menos significado en ellas.
Esto me recuerda al piloto y su navegante que viajan a través de una espesa neblina. El piloto le pregunta: “¿Cuál es la posición?” El navegante contesta: “Le tengo buenas y malas noticias”. “¿Cuál es la mala?”, dice el capitán. “Estamos fuera de ruta y totalmente perdidos”. ¿Y la buena noticia? “Estamos haciendo un tiempo excelente”.
Entonces me doy cuenta de que, instalado muy en el fondo, el vacío permanece. Una sensación de no estar completo/a, de “no es suficiente todavía”. Por lo tanto, creemos, creo, encontrar la salida al correr más rápido, lograr más y, como diría mi amigo Andrés Roemer, “Next”, a otra cosa, para no pensar.
El ego nos quiere convencer de que “Si estoy ocupado/a, debo ser efectivo/a”. Lo único que vemos es el reloj y la agenda inmediata. Y bajo esa creencia, toleramos el cansancio, la frustración y nos convertimos en habitantes del planeta “zombi” en donde viven “hacedores humanos”, olvidando esa parte de “seres humanos” que traemos dentro. El lema universal, ahí, es “tengo, luego existo”.
Sólo dos preguntas
Es todo lo que necesitamos, por lo menos una vez al año, como aduana necesaria para pasar a la siguiente etapa de vida.
Inicia el verano, nuestros hijos -para quienes los tenemos- salieron de vacaciones. Ya terminó esa época de exámenes, en la que todos vivimos en el borde del caos y el estrés. Viene el tiempo de recuperarnos, de descansar un poco para poder cargar energía. Solemos salir a algún lado, cerca o lejos, no importa. Lo fundamental es la distancia que tomamos de las cosas. Esa oportunidad para apreciar cómo se ve de lejos nuestra vida. De pensar, de replantearnos, de crear.
No esperemos que nos despierte una fuerte llamada de atención, como a mis queridos Gabriel y Estelita, para tener que hacernos esas dos preguntas trascendentales. Deshagámonos de la idea de que la vida es una gran emergencia. Aprovechemos el descanso para encontrar un poco de paz y respuesta a: ¿Qué es lo más importante para mí? y ¿Qué estoy haciendo al respecto?