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Dosis urgente

Federico Reyes Heroles

“Nada posee quien no utiliza lo que tiene”.

Esopo

¿De dónde nos viene? Difícil saberlo. Habría que navegar de nuevo en los textos de Jorge Cuesta, de Samuel Ramos, de Paz, de Fuentes. Se trata de una identidad contrahecha, que teme a Occidente, a la modernidad; que hoy sufre como amenaza los siglos de coloniaje; que sangra por la riqueza que le fue arrancada, esa riqueza que no se genera sino que está allí guardada o se pierde. Esa identidad que recupera el pasado indígena como fuente inagotable de sabiduría y al invasor, quien sea, como la maldad encarnada. No hay términos medios. Es el mismo México que lanza latigazos sobre su propia espalda por la pérdida de la mitad del territorio nacional, que formalmente odia a “los gringos”, que les teme pero los admira, que es incapaz de reconocer las debilidades de estado-nación que nos dio vida.

Algo hay de complejo de inferioridad y de soberbia, como lo apuntara don Edmundo O’Gorman, están mezcladas. Viva México se grita tequila en mano el 15 de septiembre, como México no hay dos, para amanecer con que este es un país de porquería. Cuando la crítica arrecia nunca falta alguno de esos o esas arribistas de la gracejada, de la frase fácil, del soundbite, que sugiere que las enchiladas de Sanborn’s salvan a la nación. Aquí estamos con poco menos de 15 millones de pobres extremos y otros diez más de pobres simples, menos de dos dólares de ingreso diarios, discutiendo si “el tesoro” debe ser un aprovechamiento exclusivo de los mexicanos -¿del Estado o del Gobierno o de quién?- o si corremos el riesgo de aceptar nuestra incapacidad y asociarnos. La primera persona del plural engaña ¿asociarnos?, mejor que una empresa estatal se asocie.

Pero en la mente de quién cabe lanzar una idea así, dicen ufanos. Modificaciones a la Constitución, descartadas y de privatización ni hablar. Orgullosos entramos a este siglo XXI con nuestra principal empresa estatal quebrada, por no cobrar impuestos a todos, ojo a todos, los que deben pagar. A la par uno de cada cuatro mexicanos en situación de pobreza. Cualquier neófito en esas complejas cuestiones de la identidad nacional se preguntaría ¿y cuál es el orgullo? No sé si capitalizar una empresa merezca el ofensivo verbo privatizar, pero incluso si así fuera no me negaría a discutirlo. ¿No que los pobres van primero? Si de verdad van primero los dogmas no caben. Compro el lema, los pobres primero y por eso vale la pena revisar lo que hemos hecho mal. Pero parece como si viniéramos del mismísimo Edén: nada hay que corregir en nuestro pasado, incluida la miseria estructural y permanente. Pemex ordeñado y quebrado, poca recaudación y muchos pobres, esa es la ecuación conservadora.

El mundo en promedio crece más rápido que nosotros. China y la India ya son lugares comunes, fenómenos, pero también Vietnam crece al doble que nosotros. Nos quedan muy lejos, mejor lo olvidamos. Y qué decir del Sur, comencemos por los grandes: en 2007 Brasil creció al 5.5%; Argentina al 8.5%; Colombia al 7% y Venezuela, drogada por el petróleo, pero creció al 6.5%; México al 3%, doloroso numerito. Qué incomodidad, hasta Centroamérica en conjunto creció más que nosotros. Por cierto, algunos de los países citados no tienen petróleo. Pero aquí primero va la soberbia: mejor no lo hubiéramos podido hacer. El pasado es perfecto y por ello debe permanecer intocado.

No importa que el agro se descapitalice y concentre a los más pobres, la tradición agraria es leitmotiv nacional. No importa que la potencial carencia de energía esté ya en el horizonte inmediato y que ello ahuyente las inversiones, al empleo y a la generación de riqueza, hay tiempo, la tradición va primero. No importa que algunas comunidades indígenas tengan 20 años menos de esperanza de vida que el promedio nacional, eso es lo de menos, nuestra grandeza no se mide así. Se trata de un diálogo con las propias deidades mexicanas que siguen cobijando nuestro gran destino. Un temor nacional merodea: el cambio puede propiciar regresiones. No a la reelección de presidentes municipales, diputados y senadores, porque ya sufrimos la dictadura de Díaz. ¿Qué tiene una cosa que ver con la otra? Nada, pero en el discurso de ciertos políticos suena bien.

No a los derechos plenos a la propiedad agraria de comuneros y ejidatarios porque ya tuvimos los latifundios. No importa que lo actual sea un fracaso productivo, un grillete a la miseria. No a la apertura del maíz, como si los productores promedio estuvieran en la gloria, de las decenas de millones de consumidores no se dice nada. Allí está el quid. La pobreza no nos da vergüenza. Las coordenadas del razonamiento son más o menos a así. La riqueza en sí misma no es motivo de orgullo. De acuerdo. La pobreza puede ser digna. De acuerdo. Pero también la riqueza puede ser digna y motivo de orgullo y la pobreza vergonzosa. Tenemos todo para crecer más y poder erradicar la pobreza: esa es nuestra vergüenza. Por qué nos da pena buscar la prosperidad como un objetivo central, no único, pero urgente para lograr mayor justicia social. Nada justifica hoy nuestra incapacidad para mover a México. Pero ya ni vergüenza provoca la capitulación disfrazada de nacionalismo.

El objetivo es crecer, crecer más rápido. Que los beneficios del crecimiento lleguen a más mexicanos que lo necesitan. El objetivo es erradicar la pobreza extrema, ese es el tema, no los golpes de pecho de los guardianes de nuestra identidad. No podemos estar verdaderamente orgullosos de lo que tenemos sin mirar a la par nuestros fracasos: la pobreza. No anclemos a México en sus miserias. Urge una fuerte dosis de vergüenza.

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