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Ecos de mi ciudad

Addenda

Germán Froto y Madariaga

Tengo para mí, que cada ciudad tiene ciertos signos distintivos.

Hay ciudades que uno las puede identificar por su olor, como Cuba o París. La primera huele a tabaco y caña; y la segunda a ropa vieja guardada en un ropero.

Pero también los sonidos distinguen a una ciudad.

En Torreón sucede eso. Hay sonidos característicos que sólo aquí se escuchan.

Así cuando juega el Santos en una semifinal, la ciudad, primeo se adormece al comenzar el juego; luego se hace un silencio inconfundible si el equipo va perdiendo. Pero, si remonta y gana el juego, la ciudad se inunda de júbilo y el claxon de los coches torna ensordecedor el ambiente.

Eso sólo sucede aquí, en donde la afición pone todo su corazón en un juego de futbol.

Hay otros espectáculos en los que los sonidos juegan un papel determinante.

El miércoles presencié una lección de esfuerzo y vida. Nos la dio nuestra querida Pilar Rioja, bailando en el Teatro Martínez.

En lo que denominó, su gira de despedida, Pilar nos deleitó con la gracia y elegancia de su baile.

Pero ahí, los sonidos y silencios se hicieron presentes de manera manifiesta, porque al inicio, el teatro quedó a oscuras y de pronto se encendió el escenario y apareció Pilar ataviada con un vestido blanco.

Sus movimientos semejaban los de una paloma queriendo levantar el vuelo. Sus manos se mecían al ritmo cadencioso de la música y su elasticidad envidiable hacía de aquel baile una verdadera delicia.

Más tarde aparecería enfundada en un vestido rojo, que cual llamarada danzaba en medio de una hoguera. En otro baile, vistió un terno negro que realzaba más la blancura de su piel y a ratos hacía que su figura se perdiera en la oscuridad del escenario.

Fue una noche verdaderamente grata en la que Pilar mostró lo mejor de su arte en el escenario que la vio nacer a la vida artística.

Interpretó: Alegrías, Farruca, Danzón No. 8, La Monja, Burlerías y Tientos y Tangos.

Pero al final y tras la insistencia del público que no dejaba de aplaudirle, ejecutó dos bailes más. Uno de ellos, ligero, pero muy alegre, “La Negra Tomasa”, a ritmo de flamenco.

Fue muy gratificante volver a ver a Pilar bailando con toda su gracia y donaire, y al mismo tiempo nos regaló una hermosa lección de vida.

Cuando se ama lo que se hace, el trabajo resulta muy grato.

Pero además, mantenerse tan activa aun en la tercera edad, es verdaderamente ejemplar.

Espigada, fuerte, vigorosa, graciosa, hermosa en suma. Pilar danzó y danzó sobre el escenario, hasta que los asistentes dejamos de aplaudirle a raudales.

Desde luego, nadie admitía ni aceptaba que estábamos en una despedida. Más bien parecía una grata bienvenida.

Bienvenida a la tierra que te vio nacer. Al público que nunca ha dejado de apreciar tu arte. A la ciudad que te quiere y se enorgullece de haberte visto nacer.

A esta tierra llegaron tus ancestros y te inculcaron el amor por sus tradiciones y folclor.

En esta tierra encontraste amor y reconocimiento. De ella llevaste su nombre a muchos y remotos confines de este mundo.

Tú misma eres parte de los ecos de esta ciudad. Tus tacones repiqueteando en el foro del Martínez, producen un sonido inolvidable.

Pilar, la que pisa fuerte y cadencioso. La que con sus ritmos y movimientos llena de alegría cualquier escenario.

Nuestra Pilar. La que habla con sus manos y sus pies. La que se entrega en cada actuación y nos da lecciones de arte y de vida.

No fue ésta una despedida, porque sé que siempre estarás con nosotros.

Gracias Pilar Rioja, por ser quien eres y compartir con nosotros todo tu arte.

Gracias por ser uno más de los bellos sonidos de mi ciudad.

Por lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano”.

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