Sería útil ampliar y profundizar las campañas y mecanismos para lograr aumentar la educación económica y financiera de nuestra población
En días recientes el Grupo Financiero BBVA-Bancomer y el Museo Interactivo de Economía (MIDE) dieron a conocer el lanzamiento de un programa para fomentar la educación financiera entre la, población, el cual fue avalado por el Gobierno Federal a través de la participación de autoridades de Hacienda y Educación Pública en el evento de lanzamiento. Por cierto, el énfasis de los discursos en ese evento versó sobre el tema del ahorro, mismo que trataré con más detalle en otra ocasión. Pero en este espacio quiero señalar que me parece importante este tipo de esfuerzos sobre un aspecto que desde hace muchos años he venido enfatizando, como consecuencia del propio sesgo de mi investigación académica. El problema sobre la baja educación económica y financiera de la mayoría de la población es un asunto que debiera preocuparnos a todos: individuos, organizaciones sindicales y sociales, autoridades gubernamentales y gremios de banqueros y otros intermediarios financieros, y es un asunto en el que todos deberían participar activamente.
No se trata de convertir a la población en economistas o financieros, al igual que no se busca crear médicos con las campañas educativas sobre higiene y prevención de enfermedades que se han realizado durante mucho tiempo. El asunto es muy sencillo. De manera cotidiana y a lo largo de toda la vida, todos nosotros estamos expuestos de manera sistemática a diversos fenómenos económicos que nos afectan directa e indirectamente y que afectan de manera fundamental nuestro bienestar. Sin embargo, poco conocemos y entendemos cómo funcionan y cómo nos afectan estos eventos, por lo que al final del día terminamos perdiendo múltiples oportunidades de obtener beneficios importantes y, sí en cambio, culminamos en situaciones desastrosas debido a decisiones incorrectas y poco informadas. Por ejemplo, una menor pensión durante nuestra vejez; un alto nivel de endeudamiento e incluso una situación de insolvencia que nos lleva a perder los pocos activos que poseemos; un menor ingreso de nuestros ahorro o inversiones financieras; un menor sueldo o salario; mayores precios en bienes y servicios; pagos enormes a individuos agiotistas o a tiendas y negocios usureros que disfrazan su voracidad en campañas de ayuda a los que menos tienen; mayores pagos de primas a compañías de seguros por coberturas contra riesgos que son caras y limitadas; incapacidad de distinguir entre la calidad de diversos bienes y servicios; limitaciones en cómo canalizar nuestro pequeños ahorros a las mejores alternativas disponibles en el mercado; exceso de pagos en impuestos; una baja calidad en la provisión de bienes y servicios públicos, y podría seguir con esta larga lista, pero que en conjunto nos llevan a un nivel menor de bienestar y a favorecer a unos cuantos proveedores de estos bienes y servicios, públicos y privados, que constituyen grupos rentistas que se benefician en parte de nuestra ignorancia. Como se puede ver, conocer los conceptos básicos económicos y financieros y cómo funcionan no es una ociosidad, sino una necesidad. También se puede argumentar que esto sólo es importante para el pequeño grupo de población de altos ingresos, pero esto es un error. El desarrollo económico y tecnológico ha obligado a una creciente parte de la población a insertarse en la provisión de muchos de estos servicios: el nuevo sistema de pensiones, el creciente pago de nóminas vía tarjetas de débito; el creciente uso de tarjetas de crédito entre la población y muchas otras acciones inmersas en nuestras actividades diarias que rebasan por mucho a este pequeño grupo de población pudiente. Ellos no compran sus electrodomésticos con “módicos” pagos semanales ni reciben recursos vía remesas de sus familiares; ni seguramente dependerán de su pensión “pública” durante su retiro; y sus posibilidades de cobertura y diversificación para enfrentar las malas épocas económicas son mayores. Es por eso que es una obligación nuestra como individuos el buscar aumentar nuestros conocimientos sobres estos temas, pero también es una obligación colectiva el promover los mecanismos para una mayor difusión de estos temas. Ya se ha mencionado por parte de la SEP que se están introduciendo temas económicos y financieros en los libros de texto, y existen algunos pequeños programas como el mencionado al principio o algunas páginas en Internet de algunos organismos públicos como la Condusef, pero hay mucho más aún por hacer y seguramente los recursos públicos que se dediquen a este fin serán más una inversión que un gasto, visto en una perspectiva temporal. Esperemos que autoridades y diversas organizaciones sociales tomen acciones más agresivas y sistemáticas sobre este asunto. Todos podemos salir ganando.
alejandro.villagomez@cide.edu
Profesor investigador de la División de Economía del CIDE y de la EGAP-ITESM-CCM