Vidal Ramírez fue un profesor de principios del siglo anterior; de los que realmente profesaban –estaban a favor de su fe, mostrándolo con hechos– y entregaban su vida a la docencia.
Vidal era de aquellos que aprendieron en las escuelas rurales la ciencia–arte de enseñar, llegando a ser director de una escuela primaria en Simón Bolívar, Durango, donde atendía a los niños de cuarto a sexto de primaria, en tanto su hija, otra educadora llamada Margarita, atendía a los más chicos, del primero al tercer año escolar.
Entonces no había asistentes, secretarias o prefectos, así que entre los dos debían hacer todo el trabajo; frecuentemente no recibía su salario y no en pocas ocasiones Vidal obtuvo, en papel estraza y escrito a mano, un “vale” donde le reconocían el adeudo “para cuando hubiera dinero en las arcas del Estado”. Nunca los cobró.
Tuve la fortuna de ver algunos de esos documentos y varios trabajos finales de los niños; mostraban lo aprendido, que exponían a padres orgullosos, muchos analfabetos; contenían dibujos a lápiz, con párrafos referentes a hechos históricos o poesías dedicadas al honor y gloria de México. Ni qué comentarle sobre la caligrafía, letras cursivas que formaban frases con ortografía perfecta, envidia de algunos profesionistas de hoy.
Aquel profesor Ramírez, con el respeto ganado a pulso, hacía las veces de juez civil en el poblado, casando a unos, atestiguando acuerdos de otros; servicios por los que tampoco recibía paga suficiente, así que debía aplicar parte de su tiempo libre a trabajos de carpintería para ganarse unos pocos pesos y comprar algo de frijol, arroz y harina que complementaban los blanquillos, carnes de aves, ganado menor y ocasionalmente de res, recibidos como regalo en agradecimiento a sus servicios.
Vidal era invitado a las fiestas parroquiales por tener una relación respetuosa con el cura, que acudía ocasionalmente al pueblo; su condición de profesor le daba una posición social de gran estima que reconocían y atendían las autoridades municipales, sobre todo, acatada por los ciudadanos, porque era el Maestro, quien enseñaba a sus hijos a leer y escribir, además los casaba y les elaboraba actas de defunción para sus difuntos. No pocos acudían a él por consejos o para que impusiera paz entre familiares, cuando se daban pleitos entre hermanos y esposos.
Las fiestas cívicas, organizadas por la escuela con motivo de fin de cursos o conmemoración de alguna fecha histórica, eran de las pocas diversiones que podían disfrutar los residentes. Con creatividad y venciendo limitaciones preparaban vestuarios de héroes y ensayaban pequeños fragmentos de obras teatrales; igual con los concursos de poesías, con motivo del Día de la Madre o en recuerdo de los eventos nacionales que nos dieron identidad. Nunca pedían cuota alguna y aunque lo hubieran hecho, nadie habría pagado por parecerles injustas y no contar con el recurso para tal dispendio.
Margarita tenía otras funciones sociales, entre ellas: aconsejar a las madres del cómo cuidar a los hijos enfermos. Con los mínimos conocimientos de salud pública, recibidos en la Escuela Normal Rural y apoyándose en otros aprendidos en el hogar, orientaba en los métodos para bajar fiebres o terminar con la tos de los chamacos. Ella nunca se casó; tuvo un novio que murió en la Revolución Mexicana y siendo “mujer de antes” no se volvió a enamorar, además de morir joven, deshidratada por una infección de Fiebre Tifoidea, durante alguna de las varias epidemias que se dieron en aquellos tiempos, cuando México no contaba con SSA, IMSS o ISSSTE.
Vidal siguió trabajando algún tiempo más, dedicando la parte de las horas que le quedaban libres en educar a los siete hijos –todos con buena letra aprendida en muchas planas de caligrafía– concebidos en matrimonio con María del Tránsito, a quien le tocaba hacer las suertes de alargar el poco dinero que ganaba él, para que los muchachos comieran y vistieran. El profesor Ramírez también murió, en un accidente carretero, durante uno de los varios viajes que hacía “a la ciudad” para “buscar el recurso” en la Secretaría de Educación Pública.
La única herencia que dejó a los hijos y descendientes fue la referencia social del “Maestro Vidal”, querido y respetado por todos los que le conocieron, sabedores que con sus “exigencias” los obligó a leer y escribir, además de conocer los números y algunos pasajes de la historia.
Hoy festejamos el Día del Maestro, buena fecha para recordar a Vidal y Margarita, ejemplos de muchos otros casos iguales, que con los años han ido cayendo en el olvido; buena reflexión para todos nosotros, especialmente los profesores más jóvenes o los pasantes a punto de iniciar una de las experiencias más maravillosas para los seres humanos: Enseñar a otros. Ojalá ellos recuperen ese aprecio y reconocimiento tenido al personaje tan importante: el Profesor.
ydarwich@ual.mx